De muchas
partes se levantan quejidos sobre el alto costo de la carne, que
lleva muchas personas, sobre todo los menos ricos, a renunciar
al consumo de este alimento de importancia vital, con serios daños
para su salud.
En el mismo tiempo a Italia le corresponde la primacía
mundial de la presencia de monjas, no solamente en el capital,
sino en cada región del país; estos seres causan,
como es notorio, cada clase de serios problemas a la vida la nación,
puesto que no pueden ser asignados a ningún trabajo útil,
sino sólo gastan energías en rezos y otras actividades
improductivas.
La creatividad italiana concibió una solución común
para estos dos problemas: podríamos simplemente utilizar
a las monjas como productoras de carne de alta calidad con precio
bajo. La amplia oferta de carne de monja en el mercado podría
ayudar a bajar los precios de las otras carnes, y esto sería
bueno para las bolsas de los ciudadanos y también para
su salud y bienestar (de los ciudadanos, no de las monjas).
La idea no es nueva: en un viejo sketch de Pippo Franco un hindú
hambriento, a quien le preguntaba: "¿Porqué
no comeis las vacas?" le contestaba "¿Y
porqué USTEDES no comeis las monjas? ¡Algunas de
ellas son aun buenas!". Además en la tradicional
"canzone del Bombabà" una canción
anticlerical muy difundida en el Lacio, se habla de un "frito
de monjas" que aparece como una verdadera sugerencia
culinaria.
La superabundancia de monjas es una peculiaridad tipicamente italiana
desde muchos siglos, y esto podría permitir obtener fácilmente
el reconocimiento por la Unión Europea de la Denominación
de Origen Protegida, por ejemplo como "Carne de Monja
Italiana DOP".
Alguien
podría objetar che, aunque las monjas vivan sobre el suelo
italiano desde siglos, en realidad nunca fueron utilizadas por
comida, y por lo tanto no serían un típico alimento
italiano. Yo creo que no sería difícil de encontrar,
en la historia pasada de nuestro país, muchos episodios
en los cuales se utilizaron a las monjas como alimento, y por
lo tanto superar esta objeción.
Otros podrían objetar que, en consideración de la
crisis de las vocaciones, muchas de las monjas criadas hoy en
Italia tienen un origen extranjero, a menudo aun de de países
lejanos. De todas formas nadie puede negar que las monjas son
criadas y engordadas para la parte principal de su ciclo
vital en nuestro país, con alimentos de producción
italiana, entonces su carne se debe considerar seguramente como
producto alimenticio italiano.
Por otra parte se etiquetan semejantemente como italianos muchos
productos a base de carne, obtenidos desde animales nacidos al
extranjero, pero cebados en Italia.
De una monja de tamaño medio se podrían conseguir
fácilmente por lo menos 7-8 kilogramos de piezas de primera calidad
y 10-12 kilogramos de piezas de segunda calidad. En cuanto a los
edificios para la cría, serían ya más que
bastantes los conventos de monjas incluyendo un refectorio, en
los cuales las manadas de monjas ya se crian ahora.
Las recurrentes emergencias sanitarias en el sector alimentario,
y en particular de los alimentos de origen animal, podrían
ser otro argumento en favor de la producción de carne de
monja: estas se podrían criar fácilmente en aislamiento/clausura,
con alimentación exclusivamente vegetal, y por lo tanto
serían libres de zoonosis como encefalopatía espongiforme
bovina, gripe aviaria y brucelosis, y de enfermedades epizoóticas
como fiebre aftosa, lengua azul, IBR o peste porcina, no siendo
su especie sensible a estas enfermedades.
Obviamente se debría definir tecnicamente el empleo de
las diferentes categorías de monjas, por ejemplo asignando
a la producción de carne fresca solamente las monjas más
jóvenes y empleando las más viejas para la producción
de embutidos, aunque muchas monjas ancianas, siempre viviendo
una vida sedentaria, resultan, aun bajo un examen visual, blandas
y jugosas, adecuadas al consumo directo, a lo más con el
expediente de emplear cocciones prolongadas.
La tipicidad del producto se podría evidenciar incluyéndolo
como ingrediente en antiguas recetas regionales, creando platos
nuevos, pero ligados a la tradición, como el estofado de
Carmelita con vino Barolo, la olla podrida a la Piamontesa (con
Clarisas, Obladas y Doroteas), los ravioles rellenos de Ursulinas,
los macarrones con ragú de Franciscanas, el rollo de carne
picada de Benedictina o los pinchos de Agustiniana.
La carne de monja se podría integrar en la tradición
culinaria italiana también como comida de vigilia, por
Nochebuena o por Pascua, sostituyendo el cordero lechal, la anguila
capitone o el capón.
Sería interesante examinar la conversión de tipos
peculiares de monjas en preparaciones a base de carne, con alto
valor añadido: un ejemplo podría ser el "Jamón
de brazuelo de Madre Superiora" o el "Salchichón
de Abadesa".
Las monjas más viejas o las pocas que tienen encima una
vida activa, que proveerían una carne fibrosa y mal sabrosa,
podrían producir una carne picadita muy buena para las
hamburguesas que, con adecuado lanzamiento comercial, agradarían
el favor de los consumidores más jóvenes: ¿Cómo
no pensar a un futuro "Nunburger", aprobado por el Vatican,
o bien un "McMonja" con su característico olor
de santidad?
Además la vida no muy fatigosa de las monjas garantiza
que ellas darían una piel muy suave y sedosa, aun mejor
que la cabritilla para confeccionar guantes, y apta también
para bolsos o zapatos de alta calidad. Sería pero necesario
prohibir rigurosamente el empleo de parte de las monjas de cilicios
o similares gadget sadomaso, que podrían deteriorar la
piel, o aún la carne.
Sería una verdadera lástima perder esta gran ocasión
de relanzar los productos made in Italy renovando la producción
alimentaria italiana, aunque quedando en el surco de la tradición,
y es de esperar que frente a esta novedad no se entrometan pretextuosas
razones pseudo-éticas, que serían solamente la cobertura
a un conservadurismo temeroso por las novedades.