La increíble sucesión
de mentiras, omisiones y censuras obscurantistas que la ciencia
oficial aplicó a la especie bovina, que hemos mencionado
en precedentes trabajos (el
vuelo bovino: una realidad negada y la
natación bovina: una realidad negada), no podía no incluir la
negación de una vida subterránea del ganado que,
siendo ocultada, es más fácil de encubrir y de negar.
Es conocimiento común que las representaciones más
remotas de bóvidos hayan sido encontradas en cuevas, como
las de Altamira, Lascaux, Tuc d'Audoubert (fotos 1, 2, 3
y 4).
Estas valiosas obras de arte no pueden ser atribuidas de manera
creíble a los hombres prehistóricos, primates ásperos
y embotados que nunca habrían podido concebir y ejecutar
obras maestras tan refinadas; ¿en lugar es evidente que
el pathos que aparece en las pinturas debe conducirnos a atribuirlas
a criaturas sensibles y delicadas, y implicadas emocionalmente
con los vacunos. ¿Y quién corresponde a estos rasgos
más que los mismos vacunos? Podemos también suponer
que la misma ganadería, con sus dispositivos de constreñimiento
(foto 5), se formó para impedir
el ganado pintar, actividad que fue monopolizada más tarde
por los seres humanos (véase también nuestra preciada
obra: "Vacunos pintores: una realidad negada"),
además si parece, de testimonios de esa edad, que el gran
Rafael (foto
6) era en realidad
un novillo de raza Marchigiana, descubierto y lanzado por su maestro
Pietro Vannucci, dicho el Perugino (foto 7), que a su vuelta era un toro de raza Chianina;
y además ¿debemos juzgar que el uso de cerdas de
buey para hacer cepillos (foto
8) sea accidental?
El avistar de ganado cavernicola (que podría ser clasificado en la especie Bos spaeleus), es inusual y los documentos fotográficos son aún más raros (foto 9), pero la falta de vegetación en las cuevas (foto 10) se puede explicar solamente con su consumo alimentario por obra de grandes herbívoros vivientes en las cuevas mismas, y esto confirma nuestra asunción. Los vacunos de las cuevas, como previsible, tienen una apariencia áspera y salvaje y están cubiertos de pelo para superar la humedad de las cuevas (fotos 11 y 12); su previsible agresividad recomienda no acercarse a las cuevas que podrían ocultarlos (foto 13).
Podemos por otra parte referirnos a la gran cantidad de observaciones de ganado en subterráneos urbanos,como el metro de Nueva York que herve de cocodrilos (véase fotos 14 y 15 y el sitio) que obviamente se alimentan de bueyes subterráneos) o las alcantarillas de París, de dónde parece se originó la raza Charolesa (foto 16), sin pigmento como cada animal troglobio (foto 17).
La Cueva del Buey de Mar,
ya mencionada en el trabajo sobre la natación
bovina, recuerda
también los hábitos troglodíticos del ganado,
aunque si podríamos suponer que el topónimo se refiera
al nombre de un particular buey, llamado "Marino", habitante
en la cueva en tiempos remotos.
Este trabajo será seguramente encubierto por el establishment,
y de todos modos ¿cómo podríamos esperar
de la objetividad por la ciencia oficial, que atreva negar aún
la existencia del conejito pascual dispensador de felicidad (foto 18), y que sea el mismo conejito a
poner las gotitas de rocío en las telarañas la mañana
temprano? (foto
19) (véase
mi obra multimedial: "El conejito pascual y la viuda negra:
una conspiración internacional").