El concepto
de calidad
La ISO (International Organization
for Standardization), define universalmente la calidad de un producto
como: "El conjunto de las características de un producto,
proceso o servicio capaces de satisfacer la demanda explícita
o no explícita del consumidor" (DellOrto
y Sgoifo Rossi, 2000), por lo tanto la calidad, refirida principalmente
a productos alimenticios, es un concepto que depende de una gran
cantidad de variables, muchas de la cuales son subjetivas o ligadas
a factores de tradición étnica o hasta familiar
(Centoducati et al., 1996; Sañudo et al.,
1996; Morrissey et al., 1998; Rubino et al., 1999;
Alfonso y Sañudo, 2000), pero también modificable
con la tendencia contemporánea del consumidor a requerir
productos estandardizados, sobretodo por la influencia de la publicidad
(Manfredini, 1992; Vergara y Gallego, 1999).
La satisfacción de la antedicha demanda es extremadamente
compleja y ligada a un conjunto multifactorial de componentes
sanitarias, nutricionales, tecnológicas y organolépticas
(Panella et al., 1995), que es muy difícil definir
de una manera inequívoca y que es sin embargo es extremadamente
variable en el espacio y en el tiempo.
La calidad
de la carne
Los rasgos de la calidad que
deben ser preliminarmente examinados son aquellos higiénicos
y sanitarios, como el origen de la carne de animales vivos que
no sufran de enfermedades, la falta en la carne de parásitos
y de microorganismos patógenos, la no superación
de los límites de tolerancia fijados por las leyes en vigor
para la concentración de residuos de medicamentos, de antibióticos,
de pesticidas, de elementos radiactivos, y la ausencia total de
residuos de sustancias con efecto hormonal o antihormonal, por
las cuales el límite de tolerancia es igual a cero, puesto
que son prohibidos por las leyes italiana y de la Unión
europea (Manfredini, 1992; Asso.Na.Pa., 1998).
El respeto de estos requisitos de calidad es puesto sobretodo
en mano de los controles veterinarios sobre la carne realizados
por las autoridades sanitarias locales pero, puesto que los controles
sobre el producto final no logran garantizar totalmente su salubridad,
revelandose a menudo tardíos, las recientes normas nacionales
y europeas (Decreto legislativo 26/5/97, n. 155, en vigor
desde el 1ro de abril de 2000, que traspone las directivas
comunitarias 93/43 y 96/3) introdujeron también el
autocontrol y la autocertificación, según el sistema
HACCP, por parte de los sujetos implicados en la cadena productiva
(Noce, 1999).
El sistema HACCP, o sea Hazard Analysis Critical Control Point,
(Análisis de Peligros y Puntos de Control Críticos),
se utiliza para detectar y eliminar todas las posibles fuentes
de riesgo para la salud humana que se puedan encontrar durante
el proceso productivo (Silliker, 1989; Noce, 1999).
Estos rasgos de calidad higiénica y sanitaria están
tomando una importancia cada vez mayor, haciendo previsible una
fuerte expansión de la producción "biológica"
también en el sector de las carnes ovinas y, en perspectiva,
poniendo las explotaciones italianas en una posición favorable,
ya que su frecuente extensividad, y por tanto su bajo impacto
ambiental (Sañudo et al., 1998b), las hace particularmente
apropiados para un sistema de agricultura sostenible y ecológicamente
compatible (Morbidini et al., 1999).
Más allá de factores higiénicos y sanitarios,
la calidad también se define por los parámetros
sensoriales, determinados en el producto crudo, que por lo tanto
afectan principalmente la opción del consumidor de comprar
o no el producto, como color, flavor, grano, veteado, capacidad
de retención de agua (Lanza y Biondi, 1990; Sarti,
1992c; Panella et al., 1995).
Otros parámetros se pueden por el contrario valorar en
el momento del empleo, o sea en el producto cocinado, como sabor,
jugosidad, terneza, pérdidas por cocinado y satisfacción
general (Lanza y Biondi, 1990; Panella et al.,
1995) y se pueden determinar en laboratorio con métodos
instrumentales o a través de análisis sensorial.
El análisis sensorial consiste en una evaluación
organoléptica realizada por un grupo de catadores seleccionados
que hayan frecuentado especiales cursos de formación (Panella
et al., 1995), y que utilizan diversas clases de escalas de
evaluación, con número de gradaciones altamente
variable por los diversos parámetros considerados: por
ejemplo se dan escalas partidas en 8 puntos y otras partidas en
100 puntos (Young et al., 1997; Nute et al., 1999;
Sañudo et al., 2000a).
Sin embargo se ha notado que los resultados del análisis
sensorial no necesariamente reflejan los verdaderos gustos de
los consumidores, hasta que recientes investigaciones utilizaron
como catadores los miembros de familias ordinarias, no entrenados
para el análisis sensorial (Alfonso y Sañudo,
2000).
En fin se debe poner de relieve que los parámetros que
se deben determinar en la carne cocinada obviamente toman diversos
valores con diversos métodos de cocción, y que la
elección de estas modalidades está estrechamente
relacionada a la clase de carne que se consuma tradicionalmente:
en los países mediterráneos la carne es obtenida
sobre todo de animales muy jovenes, y generalmente es cocinada
a la plancha o asada, mientras que en los países anglosajones,
dado el consumo de corderos de edad más madura, o aún
de carne de ovejas, es tradicional el consumo del guisado, con
una mayor atención al aderezo más bien que al verdadero
sabor de la carne, y por tanto con escasa aceptación por
la carne de animales muy jovenes (Alfonso y Sañudo,
2000).
Color
El color de las carnes rojas,
incluyendo la carne ovina, es dado principalmente por la mioglobina,
un pigmento rojo del tejido muscular, predominante en los músculos
comparados a la hemoglobina de la sangre (Lawrie, 1966).
Los cambios del color de la carne se pueden atribuir al estado
químico de este pigmento, que puede variar del rojo púrpura
(mioglobina reducida), al rojo vivo (mioglobina oxigenada), al
pardo (mioglobina oxidada), mientras que graves alteraciones de
la carne, y por lo tanto del pigmento, pueden dar colores anómalos
como pardo-grisáceo o verde (Lawrie, 1966). Unas
variaciones físicas del músculo (pH bajo, red miofibrilar
cerrada y muy reflejante) pueden en cambio dar carne pálida
(Panella et al., 1995).
El color se mide instrumentalmente por un reflectómetro,
por lo general según las indicaciones de la CIE, Commission
Internationale de lÉclairage (1976), o según
el método Hunter, golpeando la superficie de la carne con
un iluminante patrón, y leyendo una tríada de parámetros:
L* (Claridad o lightness, según el término inglés),
a* (índice del rojo-verde) e b* (índice del amarillo-azul),
con un método por lo tanto nombrado CIEL*a*b* o CIELAB,
también usando los parámetros derivados: Colorido
o Croma (C), o Chroma, según el término
inglés, que indica cuánto es el blanco que está
mezclado al color, yTono (H) o Hue, según
la terminología inglesa, que indica el color predominante.
Se da también una evaluación subjetiva del color,
que no se utiliza mucho, siendo menos satisfactoria que el método
instrumental, y que está también basada en escalas
numéricas, por ejemplo con valores a partir de 1 (pálido)
a 5 (rojo oscuro) (Sañudo et al., 1996).
Terneza
Este parámetro está
intuitivamente claro al consumidor, pero es sin embargo difícil
darle una definición: Grau (1978) propuso: "masticabilidad,
suavidad, pastosidad, jugosidad, cantidad y clase del residuo
después de la masticación, además de los
rasgos opuestos como compacidad, resistencia y largura de las
fibras".
Se define generalmente como esfuerzo al corte (Shear Force)
medido en kg/cm2 y se determina por dispositivos como bitetenderometer
y Instron universal con Warner
Bratzler Shear (Panella et al., 1995); consiste en
el esfuerzo necesario para atravesar un trozo de carne de cierto
espesor o para penetrar en él hasta cierta profundidad,
pero puede también ser medida como esfuerzo de aplastamiento
de una muestra de carne (Lawrie, 1966).
La terneza está estrechamente relacionada a la cantidad
de tejido conectivo en el músculo y a sus características
(Grau, 1978), particularmente al colágeno, a su
solubilidad y al grado de ramificación de sus estructuras
(Renieri et al., 1993), hasta que la medida, con varios
métodos, de la cantidad de colágeno, puede darnos
buena información sobre la terneza de la carne (Avery
y Bailey, 1995). Otro método para la evaluación
de la terneza es la medida de la solubilidad térmica del
colágeno (Grau, 1978).
En el análisis sensorial la terneza se valora como el inverso
de la fuerza necesaria para perforar una muestra de carne con
las muelas: una mayor terneza corresponde a una menor fuerza empleada
(Campo et al., 1999).
La terneza está relacionada al grano y a la textura, que
son a su vez definidas por el diámetro de los fascículos
de fibras musculares en los cuales el músculo está
dividido por obra del tejido conectivo (Lusetti,
1983).
El grano se valora como aspecto de la sección transversal
de un corte de carne, perpendicular a las fibras musculares. Cuando
la superficie del corte aparece suave y aterciopelada el grano
se define como fino y es un indicio de diámetro reducido
de los fascículos de fibras, mientras que si la superficie
del corte es áspera y seca el grano se define como grosero,
y es atribuible a un grande diámetro de los fascículos
y es característico de animales ancianos; se debe además
subrayar que diversos músculos tienen en general granos
diferentes (Lusetti, 1983).
La textura por el contrario se valora disecando el músculo
en el sentido de las fibras y estirandolo ligeramente: una textura
compacta se encuentra en animales jóvenes y bien alimentados,
mientras que una textura suelta se encuentra en animales muy jovenes
o ancianos, desnutridos o subalimentados. Incluso la textura depende,
además, del tipo de músculo (Lusetti, 1983).
Según Carlucci et al. (1999) la carne, con respecto
a la textura, se puede definir como:
- tierna, cuando está fácil de masticar,
- fibrosa, cuando durante la masticación se perciben las
fibras,
- jugosa, cuando durante la masticación se percibe el agua,
- cohesiva, cuando está difícil de tragar.
En el análisis sensorial la textura se valora como fibra
percibida por el catador en la muestra después de cuatro
masticaciones; se valora también el residuo, definido como
cantidad de tejido conectivo percibida por el catador antes de
tragar (Campo et al., 1999).
Flavor
El término inglés
"flavour", se define en español como "flavor"
y en general por la carne se define como conjunto de sabor y olor
(Grau, 1978), pero, según algunos autores, también
incluye la textura y el pH (Lawrie, 1966).
El flavor de la carne es debido al tejido adiposo, de una manera
predominante con respecto al tejido muscular (Lanza y Biondi,
1990), puesto que el primero es capaz de "atrapar" flavores
originados por otros compuestos químicos, para luego liberarlos
a lo largo de la cocción y, sobretodo, porque las sustancias
volátiles que se forman después de la cocción
se originan de la oxidación de los lípidos, además
de la reacción de Maillard entre aminoácidos y compuestos
carbonílicos (Elmore et al., 2000).
El flavor consiste en la presencia (y en la intensidad), o la
ausencia, de un gran número de aromas singulares, que pueden
ser agradables como por ejemplo: carne ovina, hígado, aves
de corral, cocido, caldo, cárnico, fructado, herbáceo,
grasa, aceite, mantequilla o bien desagradables, como: animal
(olor a ganado en establo), rancio, punzante, enmohecido, pescado,
mustio; el flavor incluye también sabores, definidos como
metálico, agrio, caza, escatol/fecal, vacuno, cerdo/bacon,
amargo, orina/riñón, dulce, crudo, menta, pegajoso,
extravagante, estropajo, barbacoa, y olores como col, asado, establo,
goma calentada, plástico, amoníaco (Rousset-Akrim
et al., 1997; Young et al., 1997; Sañudo
et al. 1998a; Hopkins et al., 1998; Carlucci et
al., 1999; Fisher et al., 2000).
Entre estos flavores, aquel que caracteriza fuertemente la carne
ovina es lo que se define como "sheepmeat", que
es el olor típico de la carne de ovines, prescindiendo
de su edad. Este olor se ha identificado como lo que determina
la falta de aceptación en los países con bajo consumo
per cápita, como los de la Europa continental ou
los Estados Unidos, y viceversa como el principal factor de opción
en los países con fuerte consumo de carne ovina, como Reino
Unido, Australia y Nueva Zelandia (Rousset-Akrim et al.,
1997; Young et al., 1997; Rubino et al., 1999; Alfonso
y Sañudo, 2000).
Este flavor ha sido recientemente el objeto de muchas investigaciones
y se estableció que se origina de ácidos grasos
de cadena ramificada (BCFA, branched chain fatty acid) entre los
cuales los más importantes para la formación del
flavor son el 4-metiloctanoico y el 4-metilnonanoico (Young
et al., 1997), y los compuestos fenólicos que originan
de la fermentación ruminal de la clorofila y de la lignina
(Panella et al., 1995; Young et al., 1997). El flavor
parece aumentar con la edad del animal y, según algunos
autores, es mayor en los machos que superaron la pubertad que
en las hembras (Rousset-Akrim et al., 1997).
También los ácidos grasos de cadena linear están
sin embargo implicados en la intensidad del flavor y del olor,
que parece ser correlacionada positivamente particularmente con
el ácido esteárico, ácido oléico y
ácido linolénico, y negativamente con el ácido
linoleico. Además el hecho de que esta mayor intensidad
del flavor sea aceptada o no por el consumidor está, como
se indicó anteriormente, estrechamente relacionada a tradiciones,
usos y costumbres dietéticos individuales y colectivos
(Sañudo et al., 2000a; Alfonso y Sañudo,
2000).
Jugosidad
Esta sensación es extremadamente
importante para definir la aceptación de la carne: se pueden
distinguir una componente inmediata, dada por la sensación
de humedad durante las primeras masticaciones, debida a la liberación
rápida de líquidos por la carne, y una componente
prolongada, principalmente debida al estímulo de la salivación
dado por las grasas de la carne. Esto puede explicar porqué
las carnes de animales jovenes pueden dar inicialmente una sensación
de jugosidad, y luego presentarse secas, por su escasez de grasa
intramuscular (Lawrie, 1966).
La jugosidad se valora a lo largo del análisis sensorial
como la cantidad de líquido sacado de la muestra después
de algunas masticaciones, en general dos (Campo et al.,
1999), o aún como humedad total percibida en la boca después
de la masticación (Sañudo et al., 2000b).
Los dos diversos métodos corresponden aproximadamente a
las dos diversas componentes mencionadas al principio de este
párrafo, y pueden llevar a valorar de una manera diferente
la misma muestra de carne (Sañudo et al., 2000b).
Obviamente todos los factores que determinan pérdidas
de agua, como la descongelación o unos métodos de
cocción, determinan una disminución de la jugosidad,
que está estrechamente relacionada con la capacidad de
retención de agua (Lawrie, 1966).
Capacidad
de retención de agua
Se indica comúnmente
con el término anglosajón Water Holding Capacity
o con el acrónimo WHC, y depiende de la humedad libre (que
representa más del 95% del contenido total en agua del
músculo) es decir la que no está enlazada químicamente
a las proteínas, sino retenida fisicamente por esas, en
una relación de continuidad con aquella enlazada químicamente.
Una baja capacidad de retención de agua significa una cantidad
más alta de agua expelida durante la masticación,
por lo tanto una mayor jugosidad (Lawrie, 1966), y se correlaciona
positivamente con la terneza (Gigli et al., 1994).
El método comúnmente utilizado para valorar la WHC
es aquel, simple pero suficientemente exacto, de Grau y Hamm
(1953), que consiste en someter la carne, en condiciones rigurosamente
prefijadas, a una cierta presión, tal que sea posible la
expulsión del agua libre y no de la enlazada, que permanece
en el músculo (Grau, 1978). Otros métodos
más exactos hacen uso de la centrifugación con parámetros
codificados (Castellini et al., 1998).
La WHC no es uniforme, varia según individuo, raza, edad,
sexo, alimentación, método de cría y de sacrificio
y también según el músculo. (Lawrie,
1966).
Contenido
de grasa
Como se indicó anteriormente,
los consumidores italianos no agradecen las carnes excesivamente
gordas, aunque una cierta cantidad de grasa, de veteado y subcutánea,
le da a la carne algunos rasgos positivos, como mayor terneza,
jugosidad, flavor y palatabilidad (Jeremiah, 1998; Sañudo
et al., 2000a; Sañudo et al., 2000b). La presencia
de una buena capa de grasa subcutánea tiene también
el efecto positivo de reducir la deshidratación de la carne
ovina cuando se congela (Renieri et al., 1993).
Los consumidores no agradecen en general alimentos de contenido
calórico alto, o juzgado como tal (Renieri et
al., 1993); de recientes investigaciones emerge que, aunque
los porcentajes de grasa en las carnes italianas sean extremamente
bajas, el consumidor tiene la percepción equivocada de
un contenido lipídico mucho más alto que lo real
(DellOrto y Sgoifo Rossi, 2000).
Composición
química
Los hallazgos recientes de la
dietética atribuyen una gran importancia para la salud
humana a la presencia en la dieta de ácidos grasos insaturados,
a su relación con los saturados, al cálculo de los
Índices Trombogénico y Aterogénico, que valoran
la incidencia en los alimentos de ácidos grasos saturados
peligrosos para las arterias, particularmente ácido láurico
C12:0, ácido mirístico C14:0 y ácido palmítico
C16:0 con respecto a los insaturados.
Aún más reciente es la atención hacia la
presencia de ácidos grasos poliinsaturados de las series
W3
y W6
(n-3 y n-6 según la notación anglosajóna),
principalmente ácido a-linolénico (C 18:3, W3), ácido
eicosapentanoico (EPA, C 20:5, W3), ácido docosapentaenoico (DPA,
C 22:5, W3)
y ácido docosahexanoico (DHA, C 22:6, W3).
Estos ácidos se pueden encontrar principalmente en el pescado
y, en menor medida, en la carne de los rumiantes, preferentemente
en los fosfolípidos (Elmore et al., 2000; Fisher
et al., 2000): incluso estos ácidos grasos son importantes
para reducir el riesgo de enfermedad coronaria y bajar el riesgo
de trombogénesis de la sangre (Enser et al., 1996).
Por lo tanto hay un número creciente de estudios para conocer
y modificar por medio de la dieta la composición en ácidos
grasos de la carne ovina (Rowe et al., 1999; Elmore
et al., 2000) que, al igual que la carne de otros rumiantes,
evidencia una prevalencia de ácidos grasos saturados pero,
comparada por ejemplo a la carne bovina, evidencia una buena presencia
de W3,
y una relación W6/W3 más favorable, por lo tanto más
baja (Enser et al., 1998b).
Se ha verificado que esta relación es tanto más
favorable cuanto más grande es el suministro de W3 con la dieta:
por ejemplo la hierba de los pastos es particularmente rica en
ácido linoleico y en otros W3 (Enser et al., 1998b).
Se podría objetar que, a partir del destete, cuando las
funciones ruminales del cordero comienzan a ser bien desarrolladas,
los microorganismos del rumen hidrogenan la mayor parte de los
ácidos grasos insaturados provenientes de la dieta, pero
una parte significativa de ellos puede superar de todos modos
indemne la panza y alcanzar el intestino, donde es absorbida,
y luego es vehiculada por la sangre al tejido adiposo (Enser
et al., 1998b; Sañudo et al., 2000a).
Parece que la antedicha mejor composición de la carne ovina,
comparada a la carne bovina, antes mencionada, sea debida a las
más bajas degradación ruminal y oxidación
corpórea (Enser et al., 1998b), y de todas
formas se han hecho estudios para disminuir aún más
la hidrogenación ruminal por medio de aditivos (Zezza
et al., 1996; Braghieri et al., 1999).
La diferencia debida al desarrollo de la panza, y por lo tanto
a la edad, es sin embargo detectable: según Cifuni et
al. (2000), hay un porcentaje levemente más alto de
ácidos grasos saturados en el tejido adiposo de los corderos
destetados, con respecto a otros no destetados, mientras que otros
autores refieren en los corderos pesados, con respecto a los lechales,
una disminución de la relación entre ácidos
grasos saturados y insaturados, debida al aumento de los ácidos
grasos insaturados oleico, linoleico y linolénico y a la
disminución del ácido palmítico (Sportelli,
1996); algunos otros autores (Petrova et al., 1994; Banskalieva,
1997) no atribuyen a la edad un papel importante en la definición
de esta relación, aunque en estas dos últimas investigaciones
la comparación fuera entre grupos de corderos todos destetados.
La composición en ácidos grasos también tiene
grande relevancia en el flavor, puesto que durante la cocción
ellos liberan varias sustancias volátiles, responsables
de los rasgos organolépticos peculiares de la carne ovina,
con una eficacia especial a este respecto de los poliinsaturados,
especialmente los BCFA (ácidos grasos de cadena ramificada)
y los W3
(Fisher et al., 2000; Elmore et al., 2000).
En conclusión, no es posible decir que la carne ovina sea
una fuente preferencial de ácidos grasos insaturados indispensables
por la salud, pero evidencia de todos modos un buen equilibrio
en la composición de tales compuestos y, en regiones con
bajo consumo per cápita de pescado, puede aportar
una considerable parte de la cantidad diaria recomendada de W3, de todas
formas en el marco de una dieta equilibrada (Enser et al.,
1996, 1998b).
pH
El pH se determina al sacrificio
(pH0)
y después de 24 horas (pH24), es el primer indicador de la calidad
de la carne y nos permite de valorar la potencialidad del músculo
animal a llegar a ser buena carne; este parámetro también
da una medida de la aptitud al almacenamiento de este alimento:
de hecho valores bajos de pH limitan el crecimiento microbiano
y previenen así cualquier posible estropeo (DellOrto
y Sgoifo Rossi, 2000).
Para obtener una carne de buena calidad el pH tiene que bajar,
después del sacrificio, por el aumento en el músculo
de ácido láctico, originado por la glucólisis
post mórtem del glucógeno: esta disminución
debe ser gradual porque, si fuera demasiado rápida, ocurrirían
la desnaturalización de las proteínas y la baja
de la capacidad de retención de agua (Lawrie, 1966;
Lanza y Biondi, 1990).
El pH también es modificado por el método de conservación:
la congelación determina una disminución del pH
comparada con la refrigeración (Moore et al., 1998).
Por otra parte si el animal se encuentra en condiciones de estrés,
sobretodo inmediatamente antes del sacrificio, se agotan las reservas
musculares de glucógeno, limitando la baja de pH debido
a la glucólisis: el pH no puede así alcanzar valores
bastante bajos y las carnes se presentan oscuras, firmes y secas
(según el término inglés DFD, o sea Dark,
Firm, Dry) (Lawrie, 1966; Sarti, 1992c; Renieri
et al., 1993; DellOrto y Sgoifo Rossi, 2000);
en cambio una disminución demasiado rápida del pH
puede dar carnes pálidas, blandas y exudativas o PSE (o
sea Pale, Soft, Exudative) (Renieri
et al., 1993).
Cada uno de los complejos enzimáticos activos post mórtem
en el músculo tiene valores óptimos de pH característicos,
y así la terneza, el flavor, la capacidad de retención
de agua y el color de la carne son influenciados por el pH mismo,
que por lo tanto toma una importancia relevante en las transformaciones
del músculo después del sacrificio (Panella
et al., 1995; DellOrto y Sgoifo Rossi, 2000).
En particular Young et al, (1993) juzgan un pH del músculo
más alto como correlacionado con un más intenso
flavor y sabor de "carnero" en corderos de raza
Merina y Rousset-Akrim et al. (1997) estiman que la producción
durante la cocción de sustancias volátiles, responsables
de los flavores y olores de la carne, baje en cantidad y calidad
con el aumento del pH de la carne cruda.
Pérdidas
por goteo, por descongelación y por cocinado
Estos parámetros miden
las pérdidas de líquidos de la carne en diferentes
situaciones, están estrechamente relacionados a la capacidad
de retención de agua, y son todos medidos como porcentaje
de líquidos perdidos comparados al peso inicial de la muestra.
Las pérdidas se deben sin embargo considerar como factor
que empeora la calidad, puesto que implican una disminución
de la jugosidad y la pérdida no sólo de agua, sino
también de compuestos nutritivos hidrosolubles de la carne
(DellOrto y Sgoifo Rossi, 2000).
Las pérdidas de goteo (en inglés: weep losses)
ocurren en la carne cruda no congelada y se pueden determinar,
por ejemplo, como pérdidas de refrigeración, dejando
gotear la muestra en refrigerador por 24 horas (Lawrie,
1966; Panella et al., 1995). Estas pérdidas pueden
afectar negativamente incluso a la opción en el momento
de la compra por parte del consumidor, que no agradece la vista
del exudado que se forma debajo de la carne cruda, atribuyéndolo
a escasa frescura del producto (DellOrto y Sgoifo Rossi,
2000).
Las pérdidas por descongelación (en inglés:
drip losses) están relacionadas, además de
que a factores intrínsecos a la carne, también a
factores tecnológicos, entre los cuales la velocidad de
congelación, que debe ser alta, porque un tiempo de congelación
largo determina la formación de cristales de hielo voluminosos
que, destruyendo la estructura celular del músculo, comprometen
su capacidad de retener el agua y, en general, los líquidos
(Grau, 1978; Lawrie, 1966). Como se indicó
anteriormente, este daño puede ser mitigado por el efecto
de protección de la grasa subcutánea sobre el músculo,
retrasando la baja de temperatura durante la congelación
(Renieri et al., 1993).
Las pérdidas por cocinado (en inglés: shrink
o cooking losses) conciernen, además del agua,
incluso la grasa (Grau, 1978); también estas
pérdidas afectan negativamente a la opinión que
los consumidores tienen del producto, llevándolos a pensar
que compró un producto demasiado rico de agua, y por tanto
con escaso valor nutritivo, y a sospechar fraudes, como el uso
de hormonas, sin descuidar la antedicha pérdida objetiva
de jugosidad.
Las pérdidas por cocinado son influenciadas por la temperatura,
por lo tanto por el método de cocción, ya que las
altas temperaturas determinan una desnaturalización más
marcada de las proteínas y una pérdida más
grande de grasa por fusión, principalmente en cortes ricos
en tejido adiposo. Por otra parte, en igualdad de temperatura
de cocción, las pérdidas son más altas si
esta temperatura se alcanza gradualmente, mientras que una calefacción
rápida causa la formación de una capa superficial
de proteínas coaguladas (dorado) que reduce las
pérdidas (Lawrie, 1966; Lusetti, 1983). Más
en general, métodos de cocción equivocados o inadecuados
pueden afectar profundamente a la terneza, la jugosidad y el flavor
de la carne, con efectos negativos mucho más evidentes
de aquellos eventualmente causados por factores genéticos
o ambientales (Renieri et al., 1993).
Si usted quiere citar este artículo: GADDINI A. (2000) Influenza delletà di macellazione e del sesso sulla qualità delle carcasse e delle carni di agnelli di razza Merinizzata Italiana da carne. Tesina de licenciatura, Università degli Studi di Perugia: 1-24.
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