El incidente llamado «ultraje
de Anagni» ocurrió entre el 7 y el 9 de septiembre
de 1303, y consistió en la detención y encarcelación
del papa Bonifacio VIII, en su palacio de Anagni,
una pequeña ciudad a unos 65 km al sur de Roma, hoy en
la provincia de Frosinone, por los emisarios del rey de Francia
Felipe IV, dicho «Felipe
el Hermoso» (1268-1314), con la ayuda de miembros de
algunas familias nobles romanas, sobre todo los Colonna.
El episodio se inserta en el duro enfrentamiento de poder a comienzos
del siglo XIV entre el rey de Francia y el jefe de la Iglesia
de Roma, ambos de personalidad muy fuerte y ambiciosos y decididos
a salvaguardar por todos los medios la institución que
lideraban. Bonifacio trató de defender la supremacía
espiritual del papado contra el imperialismo amenazador de la
Francia, pero a pesar de su grande habilidad política y
diplomática, el enfrentamiento pronto se convirtió
en un choque abierto y el aplastante poder militar de los franceses
prevaleció, culminando precisamente con el incidente de
Anagni, causando el fin de Bonifacio y el traslado transitorio
del papado a Aviñón.
Benedetto
Caetani
El futuro pontífice
había nacido entre 1230 y 1235 con el nombre de Benedetto
Caetani en Anagni, la ciudad de otros tres papas (Inocencio III,
Gregorio IX y Alejandro IV), donde residió largo rato,
también después de la elección al papado.
Su padre Roffredo y su madre Emilia Giffridi de Guarcino. Según
unas fuentes su madre era la hermana de Leonardo
Patrasso, designado como cardenal por Bonifacio mismo en 1300,
aunque probablemente solo fuera un familiar. Roffredo y Emilia
tuvieron muchos hijos, de los cuales Benedetto fue el único
que siguió la carrera eclesiástica. Hizo estudios
de derecho canónico en Spoleto y Todi, donde su tío
Pietro Caetani era obispo, y en Bolonia. Más tarde se acordaba
con gran afecto tanto de Todi como de Bolonia, donde participó
asiduamente en las luchas políticas de la ciudad, siempre
tomando partido por los gibelinos.
Benedetto fue un abogado consistorial y en 1264 acompañó
en calidad de secretario el cardenal Simon de Brion, el futuro
papa Martín IV, en París, y en 1265-1267 el cardenal
Ottobono Fieschi, el futuro papa Adriano V, en Inglaterra. Fue
protonotario apostólico desde 1276 e intervino en las negociaciones
del cardenal Matteo Orsini con Rodolfo I de Habsburgo y Carlos
de Anjou en 1280 (Miranda).
El 12 de abril de 1281 el papa Martín IV le hizo cardenal
diácono con el título de San
Nicola in Carcere Tulliano, y Benedetto se convirtió
en un diplomático muy apreciado por la Curia Romana. Sin
embargo Benedetto fue ordenado sacerdote no antes del 22 de septiembre
de 1291, cuando tenía alrededor de sesenta años,
y tres años antes de su elección como papa. Ese
día también fue ordenado obispo y obtuvo el título
de presbiterio de los Santos Silvestro e Martino ai Monti (Miranda).
Caetani era muy estimado como diplomático, tanto es que
el papa Martín IV lo definió «un hombre
de profundo juicio, fiable, con miras al futuro, y grande solercia
y prudencia» (Paravicini Bagliani, 2003) y
le confiaron varias misiones diplomáticas, en Londres,
Dinamarca, Francia y varios lugares de Italia. Fue enviado papal
en Sicilia y en Portugal, y selló disputas entre el rey
de Sicilia y Alfonso de Aragón y entre Felipe el Hermoso
y el rey de Inglaterra Eduardo I (Vaccolini). El historiador contemporáneo Ferretto
Vicentino lo definió «prudens et astutus»
(II,
63,24).
En noviembre de 1290 Benedetto Caetani intervino duramente en
París en una disputa que le llamaron a arbitrar como legado
papal, defendiendo las órdenes religiosas mendicantes contra
eminentes obispos y maestros de la Universidad de París,
que acusó severamente de escasa doctrina, presunción
y falta de inteligencia, y pronunció una frase muy sugestiva
acerca de su concepto de la Iglesia de Roma: «el mundo
ha sido confiado a nuestro cuidado, nosotros no debemos preocuparnos
por lo que pueda agradarle, ni de vosotros sabios ni de sus berrinches,
sino de lo que es útil para todo el universo».
Durante esta misión Benedetto conoció a Felipe el
Hermoso, con quien comenzó una relación de estima
y mutuo respeto. Caetani fuera llamado entonces «gallicus»,
o sea era considerado amigo de los franceses, los de la madre
patria, y también los Anjou que gobernaban en Nápoles,
de modo que fuera reprendido por sus hermanos, como contaba él
mismo.
En el curso de su carrera de prelado, de acuerdo con la costumbre
de la época, Benedetto pudo acumular considerables riquezas,
procedentes de las prebendas a las que tenía derecho por
sus cargos religiosos, y de los regalos que recibía por
su participación en procedimientos o mediaciones. Estos
provechos le permitieron a su familia acumular poder y posesiones
en el centro y sur del Lacio, tanto a través de la enorme
cantidad de dinero que poseía, como por la acción
de persuasión amenazante que podía ejercer.
Bonifacio prestó una atención muy especial a su
propia imagen, algo inusual para la época: comisionó
la realización de sus retratos o solicitó su ejecución
a grandes artistas, como el retrato que se halla en el fresco
de la basilica romana de San Juan de Letrán, atribuido
a Giotto, representando la promulgación del Jubileo de
1300. Entre las estatuas, las obras de Arnolfo di Cambio del museo
dell'Opera del Duomo en Florencia, la estatua
(1290) y el busto (1298, véase el vaciado
que se halla en el palacio del papa de Anagni), las dos estatuas
de Orvieto (1297), una por Ramo
di Paganello y la otra, tal vez de Rubeus,
aquella de Bolonia por Manno
di Bandino (1300) y la de un autor desconocido en el lado izquierdo
de la catedral de Anagni,
que según Fedele (1921b)
fue erigida probablemente por los anañinos después
de su muerte, para expiar su participación en la agresión.
Antes de él no era habitual retratar a los papas en estatuas,
con la excepción de Nicolás III (1216-1280), a quien la ciudad de Ancona
había dedicado una estatua por gratitud. Otros posibles
retratos de Bonifacio estan insertados en elementos arquitectónicos,
como ese atribuido a
Arnolfo di Cambio. Esta abundancia iconográfica después
de su muerte incluso le valió la acusación de haberse
hecho idolatrar.
Bonifacio explicó a su médico Arnau de Vilanova
las razones de tal atención a su imagen, motivada por el
deseo de acrecentaar la gloria de la Iglesia de Roma y perpetuar
la memoria de sí mismo en los siglos «hemos ampliado
la gloria de la Iglesia de Roma, entre tanto oro y tanta plata,
y delante de éstos y de aquellos, y por esta razón
nuestra memoria permanecerá gloriosa por los siglos de
los siglos» («Nos auximus gloriam ecclesie
Romane in tanto auro et in tanto argento et in hiis et in illi,
et ideo nostra memoria erit in seculum seculi gloriosa»)
(Fedele,
1921b).
La elección
como papa
El 24 de diciembre
de 1294, segundo día y tercer escrutinio del cónclave
de Nápoles, celebrado en el Castel
Nuovo después de la renuncia al trono de Celestino
V, que había sido papa durante 107 días, Benedetto
Caetani fue elegido papa
(véase su escudo)
y, aunque no llegó a la unanimidad, contó con el
apoyo de una gran mayoría de los cardenales, entre ellos
dos miembros de la familia Colonna, Giacomo y Pietro (tío
y sobrino) quienes más tarde se convirtieron en sus acérrimos
enemigos. Su elección fue vista favorablemente por todos
los gobernantes europeos, incluyendo a Felipe el Hermoso, quien
le envió regalos de lujo. Después de su elección
como papa, el 1er o el 2 de enero de 1295 Bonifacio
vino en Roma para hacerse coronar y transfirió de nuevo
la sede papal de Nápoles a Roma, aunque a menudo se trasladó
en Anagni, especialmente en verano, para evitar el calor de Roma,
pero especialmente para evitar la malaria (Giammaria, 1983). Vaccolini relata una coronación
que mostró una pompa nunca antes vista. El papa, durante
la procesión de San Pedro a San Juan de Letrán,
montaba un corcel blanco, y fue servido para montar en la silla
por los reyes Carlos de Sicilia y Carlos Martel de Hungría,
que apretaban la brida de su caballo.
El 22 de febrero de 1300 Bonifacio había proclamado el
primer año jubilar, que preveía la indulgencia plenaria
para los que habrían visitado las basílicas de San
Pedro y de San Pablo. El año santo fue quizás convocado
siguiendo el flujo espontáneo de peregrinos, atraídos
a Roma por los rumores de una indulgencia plenaria con ocasión
del comienzo del siglo (Giammaria, 1983), pero según otros, tal vez influenciados
por situaciones contemporáneas, Bonifacio concibió
el Año Santo impulsado por el anhelo de ganancias. En cualquier
caso, el Jubileo vio el flujo en Roma de un número inesperado
de peregrinos: según el cronista Giovanni Villani (IX, 36), que estaba entre los participantes,
eran 200.000, sin contar los que etaban de paso. Por causa del
gentío de peregrinos en el puente
Sant'Angelo se establecieron dos carriles separados para peatones
en cada dirección, citados también por Dante Alighieri
en la Divina Comedia (Infierno, XVIII, 28-33).
El 6 de junio de 1303, con la bula «Supremae praeminentia
Dignitatis» Bonifacio había fundado el «Studium
Urbis», la primera universidad en Roma, más adelante
rebautizada «la Sapienza».
El papa también instituyó otras universidades, la
de Pamiers (18 de diciembre de 1295)
utilizada principalmente como instrumento político contra
Felipe el Hermoso (Théry), y las de Fermo (16 de enero
de 1303) y Aviñón (1 de julio de 1303).
Celestino V en su breve
pontificado había otorgado nominaciones, privilegios y
rentas a muchos postulantes y aduladores a menudo indignos, pero
al momento de abdicar, dándose cuenta del daño hecho,
le había pedido a su sucesor Bonifacio que los revocara.
El nuevo papa anuló rápidamente muchas nominaciones
y privilegios otorgados por su predecesor, dañando especialmente
a varios miembros de la familia Colonna, lo que generó
más conflictos y resentimientos entre las dos familias.
Además, después de su elección al trono papal,
Bonifacio VIII concedió a los Caetani aún más
poder, exagerando en el nepotismo, que de todos modos era una
práctica muy común en ese momento: en realidad Bonifacio
designó como cardenales a tres de sus sobrinos, Benedetto
y Francesco Caetani, hijos de dos de sus hermanos y Giacomo Caetani
Tommasini (retratado con él en la luneta
de tabernáculo atribuida a Arnolfo di Cambio), hijo
de su hermana, que eran todos muy jóvenes (Benedetto probablemente
tenía dieciocho años). El nepotismo es hoy considerado
uno de sus principales errores como papa, más allá
de las invectivas y calumnias difundidas por quienes tenían
quejas contra de él, como Felipe el Hermoso, Dante
Alighieri y Jacopone da Todi (1236-1306)
que había definido a Bonifacio VIII «nuevo Lucifero»
(83:
51).
El carácter
de Bonifacio
El cronista Giovanni
Villani así lo describió: «era muy magnánimo
y refinado, y quiso mucho honor, y supo bien mantener y hacer
avanzar los derechos de la Iglesia, y por su saber y poder era
muy respetado y temido; fue muy rico para hacer más grande
a la Iglesia y a sus parientes, sin preocuparse de ganar, ya que
solía decir que según su parecer todo lo que estaba
en la Iglesia era lícito» (IX: 6). De todos modos en varias ocasiones
Benedetto Caetani demostró tener un carácter difícil,
excesivamente impulsivo, irritable, resentido y susceptible; En
su corte se sabía que odiaba ser contradicho, y que cuando
esto sucedía, solía reaccionar con gran vehemencia.
En los Annales Genuenses de Giorgio y Giovanni Stella se
reporta un episodio que ocurrió en un Miércoles
de Ceniza: el Arzobispo de Génova Porchetto Spinola (fallecido
en 1321), de la Orden de los Frailes Menores, nombrado por el
mismo Bonifacio en 1299, estando en Roma solicitó al Papa
la imposición de la ceniza. Bonifacio, en lugar de poner
la ceniza en la frente de Spinola, la habría arrojado a
sus ojos, pronunciando una versión paródica de la
fórmula ritual: Acuérdate de que eres gibelino
y al polvo volverás con los gibelinos. Bonifacio
incluso le habría quitado a Spinola la dignidad episcopal,
creyendo que le había dado hospitalidad a sus acérrimos
enemigos, los cardenales Colonna (Paravicini Bagliani, 1994), o Spinola habría renunciado
presionado por el papa, que no estaba seguro de que fuera lo suficientemente
fiable a nivel político, sobre los asuntos que estaban
sobre la mesa (Bezzina).
La irritabilidad de Benedetto Caetani también podría
ser consecuencia de los problemas físicos de los que sufrió,
especialmente los cálculos renales. El papa era tratado
por el médico y alquimista catalán Arnau
da Vilanova (1240-1313) que también fue médico
del rey Jaime II de Aragón y profesor de la Universidad
de Montpellier y de la Escuela Médica Salernitana (Frale). A finales de julio de 1301 Arnau
se habría encerrado en la pequeña iglesia de San Nicola, por encima de
la aldea de Sgurgola, frente
a Anagni, para desarrollar un sello astrológico dorado,
empacado en un cinturón de cuero, para curar al pontífice.
Parece que la terapia fue exitosa, quizás por un simple
efecto mecánico en los riñones del cinturón
de cuero, permitiendo al alquimista obtener una generosa recompensa
del papa y despertando gran envidia y resentimiento en su contra
en la corte papal. Bonifacio también se abastecía
de agua de la fuente que todavía
lleva su nombre en Fiuggi (entonces llamada Anticoli), a unos
20 km de Anagni. Tal vez la miniatura
sobre pergamino representando a un papa que recibe un elixir,
mientras que un zorro trata de robar su tiara, retrata a Bonifacio,
aunque la obra de Girolamo da Cremona fue pintada más de
un siglo y medio después de su muerte.
La rivalidad
con los Colonna
Como se vio en los
párrafos anteriores, entre las familias Colonna y Caetani
surgió una profunda rivalidad, principalmente por causa
de la proximidad de sus respectivos feudos al sur de Roma. Los
Caetani estaban en rápido ascenso, gracias sobre todo a
la elección al solio pontificio de Bonifacio VIII. Sin
embargo, los dos Colonna miembros del Colegio de cardenales, después
de haber apoyado la elección de Benedetto Caetani, también
colaboraron con él en buena armonía en los dos primeros
años de su pontificado. Esta armonía fue quebrantada
por la continua expansión de los Caetani y por la reacción
de los Colonna, materializada por el acontecimiento ocurrido el
3 de mayo de 1297 en la Vía Apia, cerca de la tumba de
Cecilia Metela, trasformada en fortaleza
con el nombre de Capo di Bove (por causa de los bucráneos,
es decir, cráneos de buey, que aún la adornan).
Pietro II Caetani, sobrino del papa, llevaba de Roma a Anagni
una parte del tesoro de su tío, donado en ocasión
de la elección al pontificado por reyes y príncipes
de toda Europa, que ascendía a 200.000 florines de oro,
contenidos en ochenta sacos transportados a lomo de mulo. El tesoro
fue robado por un grupo de hombres armados dirigidos por Stefano
Colonna, hermano del cardenal Pietro y sobrino de Giacomo, probablemente
con el objetivo de impedir que los Caetani compraran otras propiedades,
aumentando aún más su poder. Bonifacio VIII, enfurecido,
convocó a los cardenales Colonna para pedirle cuentas de
la afrenta, pero los dos al principio no llegaron, luego vinieron
y recibieron las condiciones para lograr el perdón, entre
las cuales la restitución del tesoro, lo que ocurrió
unos días después, probablemente por la intervención
de los dos cardenales Colonna sobre Stefano.
La guerra entre las familias, sin embargo, no se interrumpió,
el papa apeló a los romanos denunciando el abuso sufrido,
omitiendo mencionar que el tesoro había sido restituido.
Los Colonna, llamados a declarar si reconocían la legitimidad
de Bonifacio como papa, se reunieron con un grupo de personas,
incluso algunos que no pertenecían a la familia, como Jacopone
da Todi, en el castillo de
Lunghezza, a 20 kilómetros de Roma, propiedad de la
familia Conti, aliada de los Colonna.
Desde el castillo, el 10 de mayo de 1297, respondieron con un
documento violentamente polémico contra el papa, el Manifiesto
de Lunghezza, fijado en las puertas de las iglesias de Roma
y en el altar mayor de la basílica de San Pedro, en que
Bonifacio era acusado de gobernar tiránicamente, y sobre
todo de haber forzado a Celestino V a renunciar al papado: a consecuencia
de esto Bonifacio debía ser considerado un usurpador, y
todos sus actos debían ser considerados nulos y sin valor.
Así, el Manifiesto respondía a una explícita
petición de Bonifacio de ser reconocido como papa, afirmando:
«vos non credimus legitimum papam esse» («no
creemos que Usted sea un papa legítimo») (Fedele, 1921b).
De nuevo, el papa reaccionó denunciando el abuso frente
al pueblo romano, pero los Colonna publicaron el 16 de mayo un
nuevo documento donde se le acusaba de otras abominaciones, incluida
la de haber ordenado el asesinato de Celestino V. También
esta acusación era funcional a la tentativa de deslegitimar
Bonifacio como papa, y tuvo mucho éxito, ya que todavía
se considera a menudo un hecho sabido. Las acusaciones y reclamaciones
de los Colonna se basaban en las del movimiento de los Franciscanos
espirituales, apoyados por Celestino V, y fuertemente críticos
hacia Bonifacio VIII.
El papa excomulgó a los dos cardenales con la bula «In
excelso throno» del 10 de mayo de 1297, con la cual
condenaba a los Colonna y a los ultrajes de su «maldita
estirpe y de su maldita sangre» que «levantaba
en todo momento su cabeza llena de arrogancia y desprecio»
(Bassetti) y, en consecuencia, nada menos
merecía el exterminio. Pocos días más tarde,
después de una resentida respuesta de los Colonna, el 23
de mayo, día de la Ascensión, Bonifacio promulgó
la bula «Lapis abscissus», con la cual confirmaba
la excomunión de los dos cardenales y la extendía
a otros Colonna, Stefano y el príncipe Giacomo Colonna
(conocido como Sciarra para su carácter pendenciero), ambos
hermanos de Pietro, Agapito y Oddone, así como Jacopone
da Todi; además, ordenaba la confiscación de las
propiedades de la familia y mandaba a todos los fieles atraparlos.
El 15 de junio, los Colonna reafirmaron la ilegitimidad del Papa
y apelaron al pueblo para la indicción de un concilio para
elegir un nuevo papa. Bonifacio respondió poniendo dominicos
y franciscanos, dotados de poder de inquisición, a la caza
de los Colonna, justificando esta grave decisión con la
acusación de herejía lanzada contra ellos. Por otra
parte, el papa reclutó soldados entre sus aliados en muchos
municipios del centro de Italia (incluso Siena y Florencia), también
con la ayuda de banqueros y cardenales, con fondos derivados de
órdenes religiosas y militares, incluidos los caballeros
templarios.
Con ésas fuerzas, el 21 de julio el papa mandó conquistar
el castillo de Colonna, el pueblo de donde la familia tomaba su
nombre, y asaltar varias otras propiedades de los rivales, incluyendo
Nepi, Tivoli, Palestrina, Zagarolo y varias posesiones de los
Colonna en Roma. Después de una fallida tentativa de mediación
por obra de un miembro de la familia Savelli, el papa se retiró
en Orvieto, de donde el 4 de septiembre de 1297 convocó
una auténtica cruzada contra los Colonna, concediendo indulgencia
a los que se habrían muerto combatiendo contra de ellos.
Bonifacio encargó Teodorico da Orvieto (Theodorico de'
Ranieri, 1235-1306), arzobispo de Pisa, de la conducción
de las operaciones militares. En 1298 el castillo y el pueblo
de Colonna fueron finalmente destruidos y el 21 de junio el Papa
publicó una bula que prohibía su reconstrucción.
En el otoño de 1298, los dos cardenales Colonna vinieron
en Rieti para implorar misericordia al papa, que los recibió
vestido con los paramentos pontificales y la tiara, como contó
el pontífice mismo en la bula del 3 de octubre de 1299 (Fedele, 1921a). El papa asignó los dos
cardenales a una especie de confinamiento, desde el cual los dos
prelados se alejaron, desplazándose por la Italia, y luego,
llevándose consigo todo el material difamatorio recogido
contra Bonifacio VIII, tomaron refugio en Francia, donde se encontraban
en 1303, el año del ultraje. En septiembre o octubre de
1298, después de una tregua no respetada por los rivales,
el papa ordenó a Teodorico de Orvieto, que entretanto se
había vuelto también camarlengo, completamente destruir
Palestrina, que pertenecía a los Colonna, «de
modo que no quede nada, ni el atributo ni el nombre de ciudad».
Los hombres de Bonifacio, encabezados nada menos que por Landolfo
Colonna, hermano de Giacomo, junto con un contingente de tropas
florentinas, destruyeron la ciudad, dejando de pie sólo
la catedral, araron las ruinas y sembraron sal. Entre los prisioneros
capturados en Palestrina estaba Jacopone da Todi, expulsado de
la Orden Franciscana de los Frailes Menores, excomulgado y encarcelado
en el sótano del convento franciscano de San Fortunato
en Todi (Bassetti). Dante, en la Divina Comedia
(Infierno,
XXVII, 91-111) atribuye a Bonifacio la culpa
de haber inducido a Guido da Montefeltro a aconsejarle sobre cómo
conquistar fraudulentamente a Palestrina, llevándolo a
la condenación eterna. El pontífice hizo reconstruir
sobre las ruinas una nueva ciudad, llamada Ciudad Papal («Civitas
Papalis») (Fedele,
1921b) y el 13 de junio de 1299 nombró
a Teodorico de Orvieto como obispo de la ciudad (Bassetti).
El enfrentamiento
con Felipe el Hermoso
El choque entre el
Papa y el rey de Francia se explicitó en un crescendo
de actos hostiles y represalias recíprocas: en enero de
1296, Felipe, para financiar la guerra contra Inglaterra, que
había comenzado dos años antes, impuso una tasa
extraordinaria del 2% sobre los patrimonios, incluidos aquellos
eclesiásticas, que hasta entonces sólo estaban sujetos
a la tributación de la Curia Romana. Bonifacio no podía
aceptar este golpe de mano y el 25 de febrero siguiente expidió
la bula «Clericis laicos», prohibiendo, bajo
pena de excomunión, a todos los miembros del clero, no
sólo franceses (también Eduardo I de Inglaterra
había impuesto tasas a los eclesiásticos), de pagar,
sin el consentimiento del papa, cualquier impuesto a los reyes,
que a su vez tenían que pedir la autorización al
papa para imponer tasas al clero. El contragolpe de Felipe fue
la prohibición de transferir fuera de Francia bienes de
lujo y dinero, y por lo tanto también los impuestos destinados
a Roma.
La réplica del papa fue muy dura, el 20 de septiembre de
1296, con la bula «Ineffabilis amoris», donde
aparece un verdadero proclama ideológico, de naturaleza
profética:
«Usted debe
saber que nosotros y nuestros hermanos, si Dios nos da la fuerza,
estamos dispuestos no sólo a soportar persecuciones, ruina
y exilio, sino también a sacrificar nuestras vidas por
la libertad y la inmunidad eclesiástica» (Paravicini Bagliani,
2003).
El conflicto vio entonces un momentáneo enfriamiento, gracias
a los pasos tomados por ambas partes para aliviar la tensión,
incluyendo la canonización por Bonifacio, el 11 de agosto
de 1297 en Orvieto, del difunto rey de Francia Luis
IX, abuelo de Felipe el Hermoso, con el nombre de San Luis
de Francia. Las hostilidades se reanudaron en 1301 con el caso
de Bernard Saisset, obispo de Pamiers, pequeña ciudad al
pie de los Pirineos franceses, que desde hace años estaba
en conflicto con el hacendado local, el conde de Foix. Saisset
se había dirigido al papa de aquella época, Nicolás
IV, que había puesto las propiedades de la abadía
de Saint-Antonin di Pamiers
bajo la protección de Benedetto Caetani, entonces cardenal.
Felipe el Hermoso intervino de manera pesada en septiembre de
1301 haciendo arrestar y procesar el obispo, una facultad reservada
a la Iglesia, así violando la inmunidad eclesiástica.
La acusación era muy grave: traición al rey y delito
de lesa majestad, por haber buscado el apoyo del papa, no reconociendo
la soberanía del rey, e incluso acusándolo de herejía;
el proceso simulaba formas y términos de aquellos eclesiásticos.
Bonifacio alimentó la espiral de retorsiones con una serie
de bulas emitidas entre el 4 y el 6 de diciembre de 1301: la «Secundum
divina», exhortando al rey a liberar a Saisset «para
no ofender a la majestad de Dios», ya que los laicos
no tenían jurisdicción sobre los clérigos;
la «Salvator mundi», suspendiendo los privilegios
concedidos en el pasado al rey, la «Ausculta filii»
publicada el 5 de diciembre de 1301, amonestando al rey de Francia
por desobedecer al pontífice (Théry), y finalmente la «Ante promotionem
nostram», convocando en Roma por el 1ro
de noviembre de 1302 todas las autoridades eclesiásticas
y teológicas de Francia, para un verdadero sínodo
sobre la salvaguardia de la libertad religiosa, amenazando con
excomulgar al rey si hubiera impedido que los obispos franceses
participaran. En general, el papa creó las condiciones
para una profunda injerencia en los asuntos internos de la monarquía
francesa (Dupré
Theseider). Felipe,
después de consultarse con la nobleza y el clero franceses,
decidió ir en contra la tentativa del papa de imponer su
soberanía temporal y espiritual sobre los reyes católicos,
y difundió el texto de una bula papal falsificada, ofensiva
contra el rey y la Francia, para instigar la indignación
popular contra el pontífice.
Bonifacio, una vez constatado que cerca de la mitad de los obispos
franceses no habían llegado a Roma, emitió una excomunión
para cualquiera hubiera impedido que un sacerdote llegara al concilio
y el 18 de noviembre de 1302 emitió la bula «Unam
Sanctam» que pretendía imponer la supremacía
papal sobre todos los monarcas de la tierra.
Según los cronistas Giovanni Villani y Dino Compagni, Bonifacio
trató de minar el poder de Felipe el Hermoso favoreciendo
a sus enemigos, los flamencos, que lo habían derrotado
el 11 de julio de 1302 en la batalla de
Courtrai y los alemanes, y combatiendo a sus aliados, como
los angevinos.
La preparación
del ataque
Felipe IV reaccionó
a la bula papal convocando un concilio contra Bonifacio y definiéndolo
como «simoniaco y herético» y acusándolo
de haber invocado a los diablos y haber instigado a los fieles
para que lo idolatraran, por lo tanto envió a su consejero
Guillaume de Nogaret (1260-1314) en Anagni para arrestarlo,
Según otros, la expedición de Anagni fue en realidad
una idea sugerida a Felipe IV por Nogaret en febrero del mismo
año 1303. Otros historiadores dudan que Felipe haya ordenado
el ataque, aunque probablemente sabía que habría
ocurrido. Parece que el papa hubiera preparado la bula de excomunión
«Super Petri solio» que tuvo que ser promulgada
el domingo 8 de septiembre de 1303, al día siguiente del
asalto fijándola en las puertas
de la catedral de Anagni. Esta podría ser la verdadera
razón que llevó a Nogaret y su grupo a asaltar el
palacio papal de Anagni, destruyendo las copias de la bula (sin
embargo, el texto sigue siendo conocido por transcripciones hechas
probablemente en esa época).
El 7 marzo Nogaret recibió un mensaje cifrado por la Real
Cancillería en el cual se le ordenaba «irse en
ese cierto lugar... y hacer lo qué usted crea justo hacer
allí», y el 12 marzo, durante una asamblea solemne
celebrada en el Louvre, el consejero pronunció un discurso
en el cual atacaba duramente al papa, enumerando sus faltas, incluyendo
la de haber obligado a su predecesor Celestino V a abdicar, y
de ser un herético, y reclamó la convocación
de un consejo general para examinar su caso, y entonces procesarlo.
Nogaret, definido por Nangis un soldado y un jurista, reunió
a un equipo de 300 hombres (Villani), o según el manuscrito
de Vienne (Digard) de 1.650, de los cuales 1.050 eran soldados
de pie y 600 soldados montados. La fuerza estaba compuesta por
franceses e italianos, pertenecientes a las familias hostiles
a los Caetani, y por lo tanto principalmente a los Colonna, explotando
así la rivalidad entre las dos familias y incentivados
por las daciones de dinero de los franceses (Giammaria, 2004). Los hombres de Nogaret probablemente
establecieron su cuartel en el castillo
de Staggia Senese, cerca de Siena, hoy en el municipio de
Poggibonsi, propiedad del comerciante florentino Musciatto Franzesi,
consejero de Felipe el Hermoso, que habría proporcionado
fondos para la incursión. Los soldados que participaron
en la expedición provenían de Anagni y ciudades
vecinas, como Alatri, Ferentino y
Ceccano, dañados por el
expansionismo de los Caetani (Giammaria, 2004). La escuadra partió de Roma, conducida
por Nogaret, con las insignias del rey de Francia, y por Sciarra
Colonna. Según la tradición, antes de irrumpir al
amanecer en Anagni, los conjurados se habían reunido en
la aldea de Sgurgola, (véase
página) a unos 10 km de
Anagni, donde habían sido arengados por Giordano Conti
desde el cumbre de una piedra (que hoy es conocida como la «petra
réa», osea la «piedra malvada»),
colocada en la entrada de la aldea. Conti estaba empujado por
el odio contra el papa, que lo había privado de sus posesiones
en Sgurgola, También sus parientes Gualcano y Pietro tomaron
parte en la expedición (Giammaria, 2004).
Según otras fuentes, el sitio de la reunión no podía
ser Sgurgola, ya que era un feudo de los Caetani. En Ceccano,
en el bosque de Faito, hay un lugar llamado «la pietra
del Mal Consiglio» («la piedra del mal consejo»)
y, al pie de la altura de Anagni habría existido la «Pietra
Rea» (la «piedra malvada»), que,
según la leyenda, deben sus nombres al haber acogido al
líder de los conjurados mientras arengaba a sus tropas.
Según Giammaria (2004) y
Fedele (1921a), el lugar más probable
sería Ferentino, que tradicionalmente era hostil a Bonifacio,
a los Caetani y a Anagni.
El ataque
Los asaltantes entraron
en Anagni el 7 de septiembre de 1303 al amanecer o justo antes
(mane ante auroram) (manuscrito de Vienne), y encontraron las puertas abiertas, tal
vez por una traición de algunos anañinos, incluyendo
Adinolfo Di Matteo (también mencionado como Di Papa), enemigo
acérrimo del papa, que en mayo de 1297, junto con su hermano
Nicola, tuvo que vender al sobrino del papa Pietro Caetani, conocido
como el Marqués, el palacio de Anagni, donde más
tarde el mismo Pietro fue sitiado. Según Giovanni Villani,
los nobles y los coidadanos de Anagni fueron corrompidos por el
dinero de Nogaret, y por otra parte muchos de los conjurados italianos
estaban en la nómina del rey de Francia. Ferretto Vicentino
identifica Goffredo Bussa (Sigonfredus de Bussa), comandante
de los guardias del papa, como el responsable, reo confeso, de
la entrega de las llaves (Giammaria, 2004).
Los conjurados irrumpieron en la ciudad empuñando las insignias
flordelisadas de Francia y aquellas pontificias con las llaves
cruzadas (Compagni), alabando al rey de Francia y
a los Colonna, y despotricando contra Bonifacio. Los habitantes
de Anagni fueron despertados por el clamor, salieron a las calles
y supieron que Sciarra Colonna quería capturar al papa,
así que tocaron sus campanas para convocar una reunión;
probablemente los anañinos estaban de acuerdo de antemano
con el ataque, habiendo sido arengados por la facción local
de los enemigos del papa, encabezada por Adinolfo, que durante
la asamblea fue elegido capitán de la ciudad y a quien
los notables del pueblo juraron fidelidad, prometiendo seguir
sus órdenes.
Después de la reunión, los atacantes se separaron
(Fedele,
1921a): una parte,
dirigida por Sciarra Colonna, atacó el palacio del papa
y el de su sobrino, el marqués Pietro Caetani, que fue
ferozmente defendido por los ocupantes, lanzando piedras y tirando
con ballestas (De
horribili insultatione),
mientras que otro grupo fue comandado por Rinaldo da Supino, capitán
de Ferentino y miembro de la familia Conti (aunque cuñado
de Francesco Caetani), con los hijos de Goffredo da Ceccano, que
había sido encarcelado por el papa, con Adinolfo y Nicola
Di Matteo y Massimo di Trevi. Este grupo atacó los palacios
de tres cardenales considerados amigos del Papa, Pedro Rodríguez
Quijada, obispo de Burgos, (reportado como Pietro Roderici o como
«el Cardenal de España»), Francesco
Caetani, sobrino del Papa y Gentile
Portino da Montefiore (1240-1312), franciscano y cardenal de S.
Silvestro e S. Martino ai Monti, penitenciario del papa. Según
otras fuentes también el palacio del cardenal Teodorico
da Orvieto fue asaltado. Los cardenales se salvaron huyendo de
la parte de atrás de sus palacios, a través de los
retretes, pero sus viviendas fueron despojadas de todos los bienes.
El fracaso de la defensa empujó a Bonifacio a pedir una
tregua, que fue concedida por Sciarra hasta la hora novena, es
decir, hasta la primera hora de la tarde. Durante la tregua, el
papa le habría enviado mensajeros a los anañinos,
prometiéndoles recompensas si le hubieran ayudado, pero
la respuesta de sus conciudadanos fue que se remitían a
las decisiones de Adinolfo, a quien habían confiado el
destino de la ciudad.
El papa preguntó entonces a Sciarra cuáles eran
las ofensas de que se quejaba, ofreciendo una reparación,
pero la respuesta fue que la compensación debía
ser la entrega de todo el tesoro de la Iglesia Romana en manos
de dos o tres decanos del Colegio de cardenales, la reintegración
de los cardenales Pietro y Giacomo Colonna y de todos los otros
Colonna en sus poderes espirituales y materiales, la renuncia
al papado y la entrega del mismo papa a los Colonna. El comentario
del papa a estas condiciones fue: «¡ay qué
discurso duro!».
Mediaciones sucesivas no trajeron ningún resultado, por
lo que Sciarra y sus hombres prendieron fuego a las puertas
de la catedral de Santa Maria,
que era un obstáculo para los atacantes, además
de robar religiosos y laicos, especialmente cuchilleros, que se
encontraban en los alrededores. En el interior
de la catedral fue asesinado el arzobispo húngaro de
Esztergom, Gergely Bicskei, matado por Orlando di Luparia de Anagni,
hijo de Pietro, quizás para una represalia personal.
La topografía actual de Anagni no corresponde con la dinámica
de los acontecimientos descritos por los testigos de la época:
hoy en día una amplia plaza
se encuentra entre la catedral y el palacio identificado como
el de Bonifacio, que no permite pensar que la iglesia podía
ser efectivamente un obstáculo para quienes entendían
asediar el palacio del papa. Según Fedele (1921a) el malentendido proviene de una mala interpretación
de la crónica latina, y la quema de la catedral y el asalto
al palacio del papa fueron dos incidentes separados.
En este punto el marqués Pietro Caetani se rindió
y fue encarcelado en su palacio a cambio de la seguridad para
sí mismo y para sus hijos, Roffredo, apodado «il
Conticello» (el condecito) y Benedetto, que también
habían tratado de escapar, y fueron detenidos en la casa
de Adinolfo Di Matteo (Fedele,
1921a). El cardenal
Francesco Caetani, otro sobrino del papa, se había huido
disfrazado de valet, en un lugar cercano a Anagni, pero habría
sido capturado de cualquier modo en la misma jornada (Fedele, 1921a).
Los asaltantes, una
vez que habían roto puertas y ventanas, irrumpieron en
su palacio, poniéndole fuego en varios lugares.
Nogaret sostuvo, en un testimonio dado en París exactamente
un año después del ataque, que no participó
en la fase inicial del ataque, porque se encontraba muy lejos
del palacio papal, tal vez en la casa de Adinolfo, para negociar
con el marqués Pietro la capitulación del papa,
y para necesidades personales («propter necessitatem
suae personae») (Fedele, 1921a).
El ultraje
El incidente ocurrió
el 7 septiembre 1303 y es conocido como «ultraje de Anagni»
por el insulto hecho al papa, pero en Italia es conocido como
«lo schiaffo di Anagni» («la bofetada
de Anagni», porque algunos sostienen que uno de los
Colonna en la acción de la captura haya realmente dado
una palmada al papa, mientras que otras crónicas refieren
que Colonna habría sido parado apenas en tiempo por uno
de los franceses, quizás el mismo Nogaret. En el palacio
de Bonifacio VIII en Anagni se muestra la «sala
de la bofetado», donde se dice que sucedió el
incidente, pero no todas las fuentes contemporáneas refieren
de un verdadero golpe dado al papa cuando fue arrestado, y por
lo tanto la «bofetada de Anagni» debería
entenderse en sentido figurado, como una grave humillación
infligida al jefe de la Iglesia de Roma. El cardenal Niccolò
di Boccassio, el futuro papa Benedicto XI, que relató los
hechos como si estuviera presente, sin embargo, refiere de una
verdadera bofetada, («manus in eum injecerunt impias»),
otras fuentes refieren de una agresión con insultos y graves
amenazas, a las cuales el papa no habría respondido.
Si alguien le dio una bofetada al papa, ese fue probablemente
Sciarra Colonna, que al menos habría intentado darla, aunque
le habrían detenido justo a tiempo. En las Chroniques
de Saint-Denis se menciona la tentativa de Sciarra de matar
el papa, empujado por el odio de la familia, y bloqueado por Nogaret,
que se jactó de haberlo salvado dos veces de la muerte
y nada menos que de no haberlo tocado ni haber permitido que alguien
lo tocara («persona eius nec tetigi nec tangi feci»)
(Fedele,
1921a), también
porque deseaba antes de todo entregar al papa vivo a Felipe IV.
En las mismas crónicas se cuenta que el papa fue herido
en la cara por un caballero Colonna, mientras Dino Compagni (1255-1324)
habla de un herimiento del pontífice, que sin embargo habría
ocurrido en Roma y seguido por la muerte del papa («fue
llevado a Roma donde fue herido en la cabeza, y después
de algún día de enojo se murió») (II, XXXV).
Dante Alighieri en la Divina Commedia no menciona a Nogaret,
así como la crónica de St. Alban, que sólo
habla de Sciarra. Parece claro, sin embargo, un contraste entre
los Colonna, con sus aliados locales y los franceses sobre qué
hacer, es decir si matar al papa o entregárselo vivo al
rey de Francia. Sciarra habría vuelto entonces a la carga,
golpeando al papa nada menos que con un guante de malla de acero,
logrando alcanzarlo y tal vez rompiéndole la nariz. William
Hundleby escribió que el papa no sufrió ningún
daño físico, pero tal vez se refería a daños
visibles (Lefèvre).
El ataque ocurrió a la hora de las vísperas (alrededor
de las seis de la tarde); según una versión de los
hechos Bonifacio intentó hacerse pasar por muerto para
escapar la detención, pero el carácter fuerte del
papa sugiere una versión más creíble, reportada
por Giovanni Villani, refiriéndo que el papa había
esperado a los conjurados sentado en el trono papal, llevando
todos los símbolos del poder papal, y empuñando
un crucifijo, que besaba repetidamente. Según las crónicas
de Orvieto, en cambio, el papa yacía en su cama cuando
los asaltantes lo hallaron.
Nogaret, que como se ha visto, intervino de manera sucesiva. habría
intimado al papa a seguirlo en Lyon, donde el concilio convocado
por el rey habría tenido que destituirlo, y los agresores
ordenaron repetidamente al papa renunciar al trono, pero Bonifacio
habría contestado: «Ec le col, ec le cape»,
es decir: «¡aquí está mi cuello,
aquí es mi cabeza!» queriendo decir que moriría
antes de abdicar. Bonifacio también habría dicho
«Nosco primogenitum sathane», esto es «reconozco
el primogénito de Satanás», probablemente
refiriéndose a Nogaret (Giammaria, 2004).
El papa habría también increpado Nogaret definiéndolo
«hijo de cátaros», de hecho Raymond
de Nogaret, ministro cátaro, condenado como herético
al tiempo de la Cruzada albigense, aunque no quemado en la hoguera,
podría haber sido el abuelo de Guillaume (Dossat). Bonifacio conocía a Nogaret porque
esto había sido enviado por Felipe IV como embajador ante
el papa en 1300, y había dejado una relación pintoresca
y colorida de esta experiencia.
Parece que sólo tres o cuatro miembros de la corte del
Papa quedaron con él, entre ellos el cardenal Niccolò
di Boccassio, su futuro sucesor, y el cardenal de España,
tan fiel a él, que quiso ser enterrado a sus pies («ad
pedes dominus sui»), dos cubicularii,
encargados del servicio personal del papa, un caballero hospitalario
y un caballero templario, Giacomo Pocapaglia y Giovanni Fernandi,
mientras otros fueron asesinados o huyeron o se unieron a los
asaltantes gritando «que vivan el rey de Francia y los
Colonna, muerte al papa y al marqués», refiriéndose
a Pietro Caetani, sobrino del papa. Los atacantes también
saquearon las propiedade del papa y de los Caetani, de modo que
las arcas papales fueron completamente vaciadas y se robaron ropas,
muebles, oro y plata y todo lo que encontraron. Los atacantes
habrían profanado a las reliquias y dañado muchos
documentos del archivo (Tabularium) del papa (Giammaria, 2004). Según Nogaret, el saqueo
de los aposentos del papa también fue cometido por sus
familiares y sirvientes. También las casas y los habitantes
del barrio Castello, donde se hallan los palacios del papa y de
los Caetani, sufrieron saqueos (Giammaria, 2004). También Symon Gerardus, banquero
del papa fue robado de todo y apenas salvó su vida. Según
Hundleby ningún soberano en el mundo otorgó en un
año las riquezas que fueron robadas de los palacios del
papa y de sus asociados en pocas horas. Según las estimaciones,
el papa durante su pontificado había amasado una fortuna:
2.265.000 florines de renta. Como Bonifacio fue informado del
saqueo, comentó: «Dominus dedit, Dominus abstulit»
(«Dios me lo dio, Dios lo sacó»). El
papa fue encerrado en su habitación y guardado por numerosos
armados, pero sin estar atado ni encadenado; Según otra
crónica fue encarcelado en el palacio de Rinaldo da Supino.
Fawtier señala que en otros documentos contemporáneos
faltan referencias a los hechos de Anagni, y lo considera una
prueba de la escasa importancia dada en el momento a este incidente.
Fedele (1921a) afirma
en cambio que el ataque contra el Papa despertó gran emoción
en Italia, como lo demuestran Dante y varias otras fuentes contemporáneas.
El cardenal Jacopo Gaetano Stefaneschi
(1270-1343), que no estaba presente en el ultraje,
en su «Opus metricum», describe el acontecimiento
como una «grave desgracia, funesta y malsana»
(«gravis alluvies, funesta et morbida»).
La liberación
El lunes 9 de septiembre,
después de dos días del encarcelamiento en su palacio,
Bonifacio y el marqués Pietro fueron liberados por la población
armada de Anagni, que esta vez gritaba «¡Que viva
el papa, muerte a los extranjeros!» y expulsó
a los invasores, con enfrentamientos que causaron varias bajas.
El cambio de frente de los anañinos parece haber ocurrido
en el transcurso de una asamblea, a la cual ni Adinolfo ni los
Colonna participaron, y que fue convocada tras de recebir la noticia
de que los atacantes querían matar al papa. En el curso
de la reunión, entre los habitantes surgió el temor
de exponer a Anagni ante toda la cristiandad como la ciudad que
había permitido la captura del papa, aunque habiese hecho
muchas cosas equivocadas en su vida, y pareció que lo mejor
era entonces de atacar el palacio papal, jurando además
que si los carceleros del papa encargados por el capitán
y por Sciarra habrían opuesto cualquier resistencia, no
le habrían dejado a nadie vivo. La acción fue probablemente
muy rápida: entre la asamblea, celebrada a las nueve, y
la liberación del papa sólo pasaron tres horas (Giammaria, 2004).
Algunos creen que incluso la brutalidad, y en particular el saqueo
de los soldados asaltantes contra los anañinos haya contribuido
al cambio de frente de la población (Tolomeo da Lucca).
Hundleby relata de
una fuerza de 10.000 hombres armados, aunque parezca excesiva,
ya que Anagni tenía unos cuantos miles de habitantes (eran
3.200 en 1420). Los libertadores encontraron resistencia, pero
al final, alrededor del mediodía, pudieron entrar y expulsar
a los ocupantes, que tuvieron muchas pérdidas; muchos de
ellos, para escapar, saltaron por la ventana. Sciarra y su familia
fueron expulsados de Anagni, entre insultos y amenazas de los
habitantes, mientras se cuenta que Rinaldo y Roberto di Supino,
Adinolfo di Matteo y muchos otros fueron capturados. Según
otros también Nogaret fue herido (manuscrito de Orvieto) y forzado a huirse en Ferentino,
mientras que la bandera francesa con las flores de lis habría
sido arrastrada a través del fango (Giammaria, 2004).
También los palacios de los sobrinos del papa fueron liberados.
Cuando un grupo de anañinos fue admitido a la presencia
del Papa, uno de ellos habló en nombre de todos, pidiéndole
que les permitiera guardar su persona hasta que estuviera en peligro.
El papa elevó sus ojos y sus manos al cielo agradeciendo
a Dios y a la ciudadanía por haberle liberado del peligro
de morir. El papa fue llevado por los anañinos, que gritaban
«¡Que viva el Santo Padre!» a la plaza
de la catedral, adyacente al palacio, donde llorando agradeció
a Dios y a todos los santos y a los anañinos por haber
salvado su vida. Más tarde, Bonifacio pidió comida
y bebida, ya que todavía estaba ayuno, prometiendo a cambio
absolución y perdón. El edificio fue invadido por
un desfile de personas que le trajeron vino y comida. Según
Nogaret, sin embargo, el papa había tenido acceso a comida
y bebida, y tal vez no había comido por temor a ser envenenado
o para protestar contra el encarcelamiento.
Bonifacio permitió a todos los que entraron en el edificio
hablar con él, y se quejó de haber sido privado
de todos sus bienes, pobre como Job; perdonó específicamente
a todos los que habían robado los bienes de su patrimonio
personal y habría absuelto a cualquiera, excepto a los
saqueadores de las propiedades de la Iglesia de Roma, de los cardenales
y de los demás miembros de la curia, a menos que hubieran
devuelto el botín, en un plazo de tres días. Parte
de los bienes robados realmente se devolvieron, pero mucho quedó
en manos de los saqueadores. Bonifacio habría libertado
a Rinaldo da Supino (Giammaria,
2004) y habría
prometido hacer la paz con sus enemigos, particularmente los Colonna,
y reintegrarlos en sus bienes materiales y espirituales.
El resultado de la crisis de Anagni tuvo repercusiones en toda
la zona, hasta Nápoles, con enfrentamientos entre los Caetani
y sus aliados contra las familias enemigas que habían recuperado
los territorios conquistados por los Caetani (Giammaria, 2004).
La muerte
El papa permaneció
bajo la custodia del ayuntamiento de Anagni, hasta el 12 (o 13)
de septiembre, cuando inesperadamente y de repente regresó
a Roma, que consideraba el único lugar donde podía
salvarse, dado el gran número de enemigos que se había
creado. Se trasladó escoltado por un gran número
de sus partidarios armados, tal vez 400 (Guigniaut, De Wailly). Estos seguidores habían llegado a
Anagni al rescate del papa y habían contribuido a su liberación
(manuscrito
de Padua). El papa
pasó la noche en el palacio papal del Letrán donde
permaneció durante dos días y al tercer día
se trasladó a San Pedro. Pero incluso en Roma la situación
era crítica, aunque la poderosa familia Orsini,
rival tradicional de los Colonna, estuviera completamente del
lado del papa.
Los Orsini controlaban históricamente los alrededores al
norte de Roma y las áreas adyacentes de la Campagna, a
lo largo de las carreteras Flaminia, Salaria y Cassia, mientras
que los Colonna, antes de la expansión de los Caetani,
mantuvieron el control del sur de la ciudad y de las áreas
alrededor de las carreteras Apia, Prenestina y Casilina.
Sin embargo, muchos romanos estaban contra el papa y apoyaban
a los Colonna, los senadores de Roma habían dimitido, ningún
juez estaba administrando la justicia y todos tenían que
defenderse por sí mismos. El papa, aterrorizado y traumatizado,
se había barricado en el palacio de San Pedro sin recibir
a nadie, mientras que la Curia vaticana estaba bloqueada y nadie
podía escapar de la ciudad porque por todos lados había
bandidos que robaban a los transeúntes. El papa, siendo
ya enfermo de cálculos renales, murió aproximadamente
un mes después del ultraje, en la noche del 11 al 12 de
octubre de 1303. Giovanni Villani (IX, 63)
relata: «el
dolor petrificado en el corazón del papa Bonifacio por
el insulto que había recibido, le causó, al llegar
a Roma, una enfermedad diferente, de modo que todo se consumía
como si estuviera rabioso, y en este estado se fue de esta vida».
Al día siguiente, el papa fue enterrado en Roma, en la
capilla Caetani en San Pedro, en un monumento funerario (véase
foto1, foto2
y relieve) obra del grande
escultor florentino Arnolfo di Cambio. Cuentan que el día
del funeral se desató una furiosa tempestad. Esto también
habría ocurrido en Orvieto, el día en que Benedetto
Caetani había celebrado su primera misa, según lo
reportado por el manuscrito de Orvieto, y, en versos, por Jacopone
da Todi: «Quando la prima messa da te fo celebrata, venne
una tenebria per tutta la contrata, en santo no remase luminera
apicciata, tal tempesta levata là 've tu stavi a ddire»
(«Cuando la primera misa fue por ti celebrada, la oscuridad
cayó por todo el arrabal, ni una lámpara en la iglesia
quedó iluminada, tal tormenta rugió, donde usted
estava celebrando») (83: 35-38).
Estos fenómenos meteorológicos, suponiendo que realmente
ocurrieron, fueron evidentemente interpretados como presagios
negativos. En realidad, en Italia, las tormentas de otoño,
a menudo violentas, no son raras, y mucho menos sobrenaturales.
El fin de Bonifacio VIII, el último de los papas de Anagni,
también provocó la decadencia de la ciudad, casi
cumpliendo la maldición de Benedicto
XI, sucesor de Bonifacio, contra su ciudad natal, que no lo
había defendido: «el rocío y la lluvia
ya no caigan más sobre ti, que desciendan sobre otras montañas
porque tú, como espectadora y con el poder para impedirlo,
dejaste al poderoso caer y ese cinto de fuerza ser rebasada»
(Giammaria,
2004).
Dante
y Bonifacio
También Dante Alighieri
habla del ultraje de Anagni en la Divina Comedia
(Purgatorio,
XX, 85-90): «perché
men paia il mal futuro e il fatto, veggio in Alagna entrar lo
fiordaliso, e nel vicario suo Cristo esser catto. Veggiolo un'altra
volta esser deriso; veggio rinnovellar l'aceto e 'l fele, e tra
vivi ladroni esser anciso» («Para que menor
parezca el mal futuro y lo hecho, veo en Anagni entrar la flor
de lis, y en su vicario Cristo ser prendido. Veo que se mofan
una vez más de él; veo renovar el vinagre y la hiel,
y entre vivos ladrones ser matado»).
La voz narrante es aquella de Hugo Capeto (941-996), fundador de la dinastía
de los Capetos («radice de la mala pianta»
o sea «raíz de la mala planta») (id., 43), antepasado de Felipe el Hermoso.
Dante por lo tanto deplora el insulto hecho por la Francia («la
flor de lis») al papa en cuanto vicario de Cristo, considerándolo
una ofensa hecha a Cristo mismo, casi una nueva crucifixión,
perpetrada con el apoyo del rey, a pesar de la disociación
sucessiva («novo Pilato») (id., 91). Los versos evocan el discurso pronunciado
en Perugia por Benedicto XI, sucesor de Bonifacio, con ocasión
de la emanación de la bula de excomunión contra
los agresores de Anagni. Según Fedele (1921a), Dante estuvo presente en el evento, y
se habría inspirado en ese discurso.
Todo esto a pesar de que Dante no apreciaba de ninguna manera
Bonifacio VIII, que había favorecido indirectamente su
exilio de Florencia, apoyando la facción de los Güelfos
«negros», y a la Curia papal, acusada de tráfico
de cosas divinas: «là dove Cristo tutto dì
si merca» («allí donde todo el día
se compra y se vende Cristo») (Paraíso, XVII, 51).
Dante además coloca Bonifacio en el Infierno de su Comedia,
en el tercer foso (XIX,
76-87), entre los
simoniacos, los que negociaron con cosas sagradas, que expian
su pena clavados en el terreno cabeza abajo y con los pies envueltos
en llamas. Dante pone la llegada de Bonifacio al infierno en un
período subsecuente a su visita, y el acontecimiento es
previsto por papa Nicolás III, a su vez condenado, y que
anuncia la próxima llegada, además de Bonifacio,
amén de Clemente V, definido come «un pastor sin
ley» (id.,
83). Papa Nicolás,
hablando con Dante, pero creyendo hablar con Bonifacio, le pregunta
si ya no está saciado de esas riquezas por las que no temió
a engañar y saquear la Iglesia de Roma («la bella
donna» es decir «la hermosa mujer»):
«Se tu sì tosto di quellaver sazio,
per lo qual non temesti tòrre a nganno, la bella
donna, e poi di farne strazio?» («¿Estás
finalmente saciado de esas riquezas, por las cuales no tuviste
miedo de engañar a la hermosa mujer, y luego atormentarla?») (id., 52-57).
Dante hace también hablar San Pedro, definiendo a Bonifacio
como «Quelli chusurpa in terra il luogo mio, il
luogo mio, il luogo mio, che vaca, ne la presenza del Figliuol
di Dio, fattha del cimitero mio cloaca, del sangue e de
la puzza; onde l perverso, che cadde di qua sù, là
giù si placa» («El que usurpa mi sitio
en tierra, mi sitio, mi sitio vacante en presencia del hijo de
Dios, hace de mi cementerio una alcantarilla de sangre y de hedor,
donde el perverso que cayó aquí abajo, se apacigue»),
con el último verso referido al Diablo, que se deleita
con la corrupción de la Iglesia (Paraíso, XXVII, 22-27). También
el verso: «non fu la sposa di Cristo allevata / del sangue
mio, di Lin, di quel di Cleto / per essere ad acquisto d'oro usata»
(«no fue la novia de Cristo crecida en mi sangre, en
él de Lino, o Cleto/ para ser usada para comerciar oro
») (id,
40-42) es una polémica contra Bonifacio
VIII por su tendencia a enriquecerse aprovechando del cargo de
pontífice, en oposición a los primeros papas, Pedro,
Lino y Cleto, que en cambio habrían dado su sangre para
la iglesia.
En otro canto, Dante confía al trovador y obispo Folquet
de Marsella la incumbencia de maldecir la sed de riqueza que,
surgida de Florencia, había corrompido al papa y a los
cardenales, hasta que ya no se ocupaban de la religión:
«non vanno i lor pensieri a Nazarette, là dove
Gabriello aperse lali» («No van sus pensamientos
en Nazaret, allí donde Gabriel abrió sus alas») (Paraíso, IX, 136-138). El papa, aunque no se menciona
explícitamente, es Bonifacio VIII, y el poeta prevé
su fin inminente: «Ma Vaticano e laltre parti elette,
di Roma che son state cimitero, a la milizia che Pietro seguette,
tosto libere fien de lavoltero» («mas
el Vaticano y las otras partes distinguidas de Roma, que han sido
el cementerio, por la tropa que siguió a Pedro, pronto
estarán libres del adúltero») (id, 139-142).
Otra referencia a Bonifacio está en el Canto XXVII del
Infierno, donde Guido da Montefeltro reprueba al papa por haberle
empujado a caer de nuevo en pecado («il gran prete, a
cui mal prenda!, che mi rimise ne le prime colpe» o
sea «el gran cura, ¡maldito sea!, que me repuso
en mis antiguos pecados») (70-71), merecendo la condenación eterna.
Guido se había redimido de una vida pecaminosa como capitán
mercenario, hacéndose monje, pero Bonifacio lo había
forzado o persuadido (mediante la promesa de la absolución)
a poner a disposición su experiencia, dando consejos («consiglio
frodolente» es decir «consejo fraudulento») (id., 116)
sobre cómo
conquistar la ciudad de Palestrina, plaza fuerte de los Colonna,
entre otras prometiendo clemencia a los habitantes en caso de
rendición, sin después respetar los acuerdos. Una parte de los historiadores
no cree que esta traición realmente ocurrió (Fedele, 1921b). Guido culpa también a
Bonifacio por haber hecho la guerra a los «vecinos»,
Colonna, en lugar de combatir a los seguidores de otras religiones:
«lo principe d'i novi Farisei, avendo guerra presso a
Laterano, e non con Saracin né con Giudei» («el
príncipe de los nuevos fariseos hace la guerra cerca de
Letrán, y no contra sarracenos ni contra judíos»)
(id,
85-87).
Después
del ultraje
Después del
ultraje de Anagni y la muerte de Bonifacio VIII, el contraste
entre la Iglesia y Felipe el Hermoso se atenuó, pero el
nuevo papa Benedicto XI, el dominico de Treviso Niccolò
Boccassio, que como cardenal tal vez habia asistido a la agresion
de Anagni, en una bula del 6 de noviembre de 1303, quince días
después de su elección como papa, y después
de dos meses del ultraje, despotricaba contra los «muchos
hijos de iniquidad, primogénitos de Satanás y discípulos
de iniquidad» que habían «brutalmente
levantado la mano» a su predecesor y le habían
robado el tesoro de la Iglesia. Si estos impíos no hubieran
devuelto lo sustraído habrían sido excomulgados
al sonido de las campanas y con las velas apagadas (Fedele, 1921a).
Benedetto excluyó a los conjurados de la absolución
general del 12 mayo 1304 y los condenó explícitamente
con la bula «Flagitiosum scelus» del
7 junio 1304, emanada desde Perugia, excomulgando a los quince
cabecillas de la conspiración, exponéndolos a la
venganza del cristianismo, y condenando la ciudad de Anagni, que
había permitido el ultraje al papa. Con la bula, el papa
convocaba a los excomulgados a su presencia el 29 de junio, día
de San Pedro y Pablo, por haber levantado las manos al papa, atacándolo
también verbalmente con frases blasfemas y escandalosas.
El mismo día, en una plaza de Perugia, el pontífice
había hablado a la muchedumbre, reprobando la agresión
contra el vicario de Cristo, comparando su destino con el de Cristo
en manos de Pilato y sus soldados.
De todos modos, el papa alivió el conflicto con Felipe
el Hermoso, tratándolo como legítimo soberano, ya
que en cualquier caso la excomunión no había sido
publicada. Un mes antes había sido tal vez el mismo Boccassio
que indujo a Bonifacio VIII a perdonar sus agresores, en el discurso
al pueblo de Anagni después de su liberación.
La reacción de los anañinos al anatema del nuevo
papa fue un proceso promovido contra los participantes de la agresión
contra Bonifacio, que fueron desterrados para siempre de Anagni,
bajo pena de decapitación si regresaran y todos sus bienes
fueron confiscados. Estas sanciones no estaban sujetas a revocación,
más bien, quienquiera que hubiera propuesto al concilio
o al parlamento el regreso en la ciudad de los exiliados, habría
sido condenado a una multa de mil florines, o a la decapitación.
Esta sentencia fue probablemente influenciada de manera marcada
por la bula del papa Benedicto
(Fedele,
1921a).
La bula «Flagitiosum
scelus» suscitó grandes reacciones en Europa,
el 23 de junio el rey de Nápoles Carlos II de Anjou se
arremetió contra la «detestabilis malignitas»
definida como «execrable azar» («exsecrabilis
ausus») cometido contra el papa Bonifacio, prohibiendo
con amenazas a sus súbditos apoyar a los conjurados, ordenando
denunciar los de ellos que se habían refugiado en el reino
y de embargar eventuales bienes robados al tesoro de la Iglesia
(Fedele,
1921a).
Después del ultraje de Anagni el enfrentamiento entre la
iglesia y los reyes de Francia se resolvió en favor de
estos, cuando el 7 de julio de 1304, un mes después de
la bula, terminó en Perugia el breve pontificado de Benedicto
XI: el papa murió de indigestión de higos. Villani
(IX,
80) refiere
de rumores de envenenamiento por un hombre, que habría
ofrecido unos higos al papa disfrazado de mujer para aplacar su
desconfianza. El nuevo cónclave después de once
meses (5 de junio de 1305) eligió como papa, con el nombre
de Clemente V, el arzobispo de Burdeos, Bernard de Got (1264-1314),
que transfirió el papado a Aviñón, donde
se quedó hasta 1377. El 17 de diciembre de 1305, el papa
reintegró a Giacomo Colonna en la dignidad cardinalicia
y así lo hizo el 2 de febrero de 1306 con Pietro Colonna,
y el 25 de marzo de 1307 anuló o nada menos ignoró
las condenas contra el rey de Francia, con la bula «Tunc
navis Petri».
El 27 de abril de 1311 Guillaume de Nogaret obtuvo de Clemente
V, con la bula «Rex gloriae», (o «Ad
certitudinem praesentium») la absolución «ad
cautelam» para los participantes del incidente de Anagni,
que había sido negada por su predecesor Benedicto XI, distinguiendo
el encarcelamiento (la «captio») de la agresión
física («aggressio vel insultus tactus in Bonifacium»).
Clemente concordó la destrucción de los documentos
papales contra el rey, abrasando las partes peligrosas o cortando
páginas enteras (Frale).
Con la bula el rey di Francia fue condenado a pagar las costas
procesales, fijadas en 100.000 florines de oro. Nogaret de todas
maneras fue recompensado por el rey con la adjudicación
de una fuerte suma de dinero y la asignación de tierras.
A cambio de la absolución Clemente V pidió la participación
en la cruzada siguiente y cierto número de peregrinajes
en España y Francia. Sin embargo Guillaume no hizo nada
de eso.
Para conjurar el peligro de una posible publicación de
la bula de excomunión, Felipe el Hermoso hizo promover
un pleito contra el fallecido Bonifacio VIII para probar que era
un hereje y por lo tanto para quemar su cuerpo, para anular los
efectos de la bula. En el proceso, que comenzó en Aviñón
en septiembre de 1309, asistieron muchos testigos que venían
de Italia, que de todos modos tenían rencor contra Bonifacio
VIII y que relataron episodios de brujería ajustándose
demasiado al estereotipo del tema y relatando frases blasfemias
y heréticas dichas por Benedetto Caetani antes y después
de su elección al solio pontificio, con deposiciones demasiado
similares entre ellas para no parecer concordadas.
Tanto Rinaldo da Supino como Guillaume de Nogaret trataron de
disociarse de Sciarra Colonna, y entonces de las violencias contra
el papa. Rinaldo evitó mencionar Sciarra, mientras Nogaret
negó haber sabido de contrastes entre el papa y el Colonna
(Fedele,
1921a, 1921b).
Clemente V se opuso a la condena póstuma de su predecesor
Bonifacio, que habría cancelado todos sus actos y sus decisiones,
incluyendo las de efectos civiles, con graves daños a muchos
ciudadanos. Las acusaciones eran de blasfemia, ateísmo,
hechicería, sodomía, lujuria, de haber abusado de
niños y haber puesto encintas a dos sobrinas, cuyos hijos
había luego nombrado cardenales. Ninguna prueba creíble
había sido aportada por estas acusaciones. En el verano
de 1310, Clemente se opuso a las acusaciones de naturaleza sexual
que, por cierto, no estaban en sintonía con la edad avanzada
del papa, y instó a centrarse sólo en los cargos
de herejía.
Las fuentes
Los acontecimientos
de Anagni se encuentran descritos en diferentes relatos, algunas
de las cuales aparecen como escritas por testigos de los acontecimientos.
- Flagitiosus scelus. Bula del papa Benedicto XI, nacido Niccolò di Boccassio, sucesor de Bonifacio VIII, que era entonces cardenal y cuenta los acontecimientos como si ocurrieron ante sus ojos (in nostris etiam oculi).
- De horribili insultatione
et depredatione Bonefacii pape. Manuscrito
Reg. XIV, c., I del British Museum, publicado en París
en 1872 por el barón Joseph Kervyn de Lettenhove en la
Revue des question historiques. El manuscrito fue producido
en la abadía de Saint Albans, no lejos de Londres, por
el monje benedictino William Rishanger, alias «Chronigraphus»,
que lo había copiado a la cola de sus anales del reinado
de Eduardo I. El autor desconocido describe los acontecimientos
como si hubiera sido presente y refiere ser nacido en Cesana.
En Italia hay tres lugares llamados Cesana, uno en Piamonte, en
el valle de Susa, uno en Lombardía, en la provincia
de Lecco, y otro en Veneto, en la provincia de Belluno. Sin embargo
es posible que la referencia sea errónea, y el autor hubiera
nacido en Cesena, en Romaña.
- Manuscrito de Vienne. Levantado
por una persona que se define miembro de la corte papal y testigo
ocular de los acontecimientos de Anagni, probablemente entre 1306
y 1311. Sería por lo tanto una narración de acontecimientos
vividos unos años antes, pero en la base de una carta escrita
en la inmediatez de los hechos, ya que no menciona la muerte de
Bonifacio VIII, ocurrida poco más de un mes después
del ultraje de Anagni. Fue adquirido en Vienne (Delfinado, Francia)
en 1696 y pasó a formar parte de la colección de
Jean Caulet obispo de Grenoble, y luego de la Biblioteca de la
misma ciudad del departamento del Isère.
- Memorandum quod anno domini M°CCC° tercio. Informe escrito el 27 de septiembre de 1303 en Roma por William Hundleby, abogado del obispo de Lincoln John Dalderby ante la Curia Romana y conservado en el British Museum (Manuscript Royal CI, fol 12) y en el All Souls College, Oxford (manuscrito 39, fol 117b - 120b). La fuente no menciona Guillaume de Nogaret.
- Nuova Cronica. por Giovanni Villani (12761348), florentino, compilada desde 1300, según el autor, que no declara ser un testigo ocular del ultraje.
- Ferreti, poetae vicentini, suorum et paulo ante actorum temporum historia, por Ferretto Vicentino (Ferreto dei Ferreti, 1297-1337). Obviamente no escribe como un testigo ocular, por una cuestión de edad, y muchas veces proporciona noticias inexactas
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Sitio web no más alcanzable al 26 de mayo de 2022:
http://perso.orange.fr/jean-francois.mangin/capetiens/capetiens_7.htm