Viajando en tren de Florencia
a Bolonia, se atravesan dos pequeñas estaciones, muy parecidas
entre ellas: una se llama Vernio y la
otra San Benedetto Val di Sambro.
Comparten una característica: se erigen en las dos extremidades
de un túnel muy largo, el Gran
Túnel de los Apeninos, con una longitud de más
de diez y ocho kilómetros.
Las pequeñas estaciones tienen otra característica
en común: la primera está cerca del punto en el
túnel donde el tren expreso (rapido)
904 estalló, el 23 de diciembre de 1984 (15 víctimas
y 267 heridos), la otra es aquella donde, saliendo del túnel,
estalló el tren expreso Italicus,
el 4 de agosto de 1974 (12 víctimas y 48 heridos).
Los fascistas que pusieron la bomba en 1974 no querían
que el tren estallara en el túnel: querían hacerlo
explotar en la estación de Bolonia, para matar a más
gente, pero el tren iba con retraso y estalló demasiado
temprano. Los mafiosos que pusieron la bomba en 1984, por el contrario,
lo hicieron estallar adrede en un túnel, para amplificar
los efectos de la explosión.
De todas formas una vez tuvieron éxito en hacer explotar
la estación de Bolonia:
el 2 de agosto de 1980 se fueron sobre seguro y pusieron la bomba
en la sala de espera, después se marcharon, después
de todo ellos no eran kamikaze, solo eran fascistas o sicarios
de los servicios secretos, más probablemente ambas cosas
al mismo tiempo, no había y aún no hoy ningún
conflicto de intereses.
Los fascistas son aquellos que se refieren al lema de las SS,
«Mi honor es la lealtad». Quién sabe
si hacer saltar por los aires a gente inocente que espera el tren
está incluido dentro de "honor" o más
bien dentro de "lealtad"; y además los
fascistas suelen mencionar la Patria, está visto que los
trenes y las estaciones de Italia no pertenecen a la patria, quizá
son extraterritoriales.
En el expreso Italicus
murió también un turista japonés, Tsugufumi
Fukada, a lo mejor él ni siquiera sabía quién
eran los fascistas, y ciertamente no sabía que el terrorista
Delfo Zorzi hubiera escapado en Japón e hubiera hasta obtenido
la nacionalidad de ese país.
Los túneles, como lugares de la memoria son un poco peculiares,
diferentes de los otros: afuera puedes parar en la sala de espera
de la estación de Bolonia y pensar en la gente que estaba
allí el 2 de agosto de 1980, leyendo un diario esperando
el tren, o aún puedes identificarte con la gente que hacía
cola para hacer un ingreso en el Banco de la Agricultura en piazza Fontana en Milano el 12 de
diciembre de 1969, y puedes también identificarte con los
trabajadores que participaban en una manifestación sindical
en Brescia el 28 de mayo de 1974, en piazza
della Loggia, a los pasajeros del DC9
de Ustica el 27 de junio de 1980, a los estudiantes sentados
en su aula en Casalecchio di
Reno el 6 de diciembre de 1990 o a las niñas que durmieron
con sus padres en via dei Georgofili,
en Florencia, el 27 de mayo 1993.
Pero esto no puede suceder en los túneles ferroviarios;
puedes solamente pasar por allí en tren, tienes apenas
el tiempo de pasar por pocos segundos y de imaginarte el abismo
de terror, desconcierto, oscuridad y dolor que vivió esa
gente veinte o treinta años antes, pero estás de
todos modos en tránsito, corriendo, en un lugar caliente
y seguro, hay mucha luz, quizá chacareas con los vecinos
de asiento o hablas con el móvil.
Entonces los túneles terminan, incluso los muy largos,
como aquel en el cual ocurrieron las matanzas, sales a la luz
del día, ves los prados, las colinas, la vida, y esto pone
fin a tu empatía con esos muertos, con sus almas, si crees
en el alma, o con su memoria, si eres un descreído como
mí.
Quién sabe cómo logran sus parientes a llevarles
una flor, quién sabe si nunca pasan a través de
ese túnel, y si es así quién sabe lo qué
sienten (¿los parientes del japones todavía vienen?),
quién sabe si cuando pasan con el tren en otros túneles
se sienten extraños, o tristes, o asustados.
No es importante si los fascistas y los mafiosos hayan realmente
elegido hacer saltar por los aires los trenes en el túnel,
de todas formas un túnel es una perfecta escena del horror
en el imaginario colectivo, incluso para los que no sean claustrofóbicos.
Es un escena ya visitada por los accidentes ferroviarios: en 1944
un tren de vapor de mercancías sobrecargado con gente,
se paró en subida en la galleria
delle Armi, entre Balvano y Bella, en la región Basilicata,
en la Italia meridional, más de 500 personas se quedaron
ahogadas por el fumo (véase mi
página sobre la masacre); este masacre no fue determinado
por alguien, pero también ese lugar es olvidado, casi nadie
sabe de la tragedia y muy pocas personas saben dónde ocurrió,
por lo tanto casi nadie puede pensar en ese acontecimiento mientras
que entra en el túnel.
Hasta hace pocos años
en la estación de San Benedetto habían quedado unos
coches del Italicus, luego los desguazaron. Se veían pasando
en tren, quizá impedían olvidar, era mejor que no.
Quedaron sus imágenes en la cola de la película
Strane storie (Extrañas historias)
por Sandro Baldoni, hermano de Enzo,
otra víctima de una matanza impune. Hoy un fragmento de
ese tren se convertió en un monumento,
delante de la pequeña estación.
Ahora los fascistas se volvieron buenos, hasta van a Jerusalén,
en el Yad Vashem, a rendir
homenaje a las víctimas de la Shoah, incluso a veces se
atreven a lanzar acusaciones de antisemitismo contra los otros.
El olvido los salva, hace años el fallecido presidente
de la República Francesco Cossiga
quería quitar la palabra fascista de la lápida conmemorativa en la
estación de Bolonia, y poco a poco, gracias a su viejo
compinche que posee un montón de canales de televisión,
intentan hacer olvidar todas las matanzas que habían hecho,
cuando guiaban a los nazis para masacrar a bebés recién
nacidos y a mujeres embarazadas en la pequeña aldea de
Marzabotto, cuando se dejaban llevar
por la correa por la CIA a poner bombas en los bancos, en los
trenes, en las estaciones y en las plazas, especialmente si habían
manifestaciones sindicales.
Finalmente la memoria
no pertenece más a la gente, muchos la confiaron en concesión
a unos celosos almaceneros, que se la dan poco a poco, cuando
quieren ellos.
Te recuerdan que el fascismo ha sido un veintenio muy importante
(para venderte los libros de De Felice), que los comunistas tienen
sobre la conciencia centenares de millones de víctimas
(quizá también las de Auschwitz: ¿No ha sido
quizá el Ejército Rojo?) o que la investigación
judicial en la corrupción política Mani Pulite (manos
limpias) fue apenas una operación de francotiradores políticos
(¿Cohecho? ¡Sí, me acuerdo aquello de las
Coop rojas!).
Entonces si alguien persevera en cultivar su propia memoria personal,
basada en las cosas que vivió, vio y pensó, pero
que choca inevitablemente con la memoria colectiva a estrenar,
puede solamente ser un terrorista, o aún, en el mejor de
los casos, un chocho visionario.